La comprensión del país es simultánea al proceso de su construcción. Es decir, la comprensión de la complejidad social sólo es posible en caliente, sumergiéndose en ella.
Esto supone el fin de los universalismos sociales de aplicación vertical, de la existencia de teorías generales sobre lo social que sólo esperan ser ejercidas y, por consiguiente, en ignorancia de la diversidad.
La comprensión del país forma parte de su proyecto. Se integra compresión y realización en un todo de acción y reflexión sobre esa acción.
En el fárrago y enredo donde estamos –que nos hace particularmente interesantes– estos señalamientos metodológicos suenan, definitivamente abstractos, pero son necesarios (y sino fueren, tengo que hacerlos, por lo menos para eso me educó tanto la experiencia de meterme en muchos líos como el trajín académico de la universidad que me paga el sueldo).
¿A qué cuento vienen estas observaciones?
Durante muchos años, políticos y académicos han estado invadidos por respuestas, como suerte de lámparas mágicas para todo uso. El marxismo, el liberalismo, y otras metodologías o idearios científicos, sociales o religiosos (en el fondo todas resultan siendo derivación de la religiosidad humana) se han proyectado sobre esta nación a la que al mismo tiempo se ha ignorado. De manera similar al uso que muchos médicos dan a sus patentados sin detenerse a comprender en profundidad la particularidad (diversidad) del paciente. Las recetas han sido tan frecuentes como sus fracasos, sin que faltaran, por supuesto, la invocación a la ortodoxia, exculpando las teorías y frascos de respuestas, explicando los fracasos por la ineptitud de sus aplicadores. Frecuente y superficial error que olvida que una concepción política o social no existe como predica verbal sino como la práctica social que finalmente se realiza.
Esa actitud ha postergado la necesidad de comprender el País, la necesidad de abrirse a él en una búsqueda a la vez de métodos, técnicas y objetos adecuados a su diversidad, a una diversidad que hay sí, que asumir.
Esta, por tanto, es nuestra oportunidad. Es tiempo de creaciones y construcciones, como en pocos lugares del mundo puede ocurrir.
Da nervios, entonces, ver como mucho talento se sigue desperdiciando en tiroteos para los lados, en reconcomios llorones y funerarios cuando la exigencia es para adelante: hay que buscar, proponer y crear, sin los remilgos a los que obliga la polarización ya fuera de moda. Sin los miedos a contaminarse porque nos sentemos en la misma mesa o temarios donde están sentados – o empozados – los del gobierno o los opositores.
No es que se deje de criticar a los gobernantes, muchos de ellos con persistencia y sin malabarismos, se mueven de pozo en pozo. Pero no salimos ni mejora el enfermo cayéndoles a insultos y descalificaciones, mentiras o hiperboleando sus errores. No es de continuar acorralando a los opositores en su repliegue, batuqueando su pasado.
Salirse de la exigencia con el verso repetido de que el gobierno es tiránico, militarista y peleón no suprime el compromiso. Hay que meterse tomando o creando espacios.
Es hora de proponer y contrastar propuestas. Sentimos que tal cosa está ya ocurriendo en los terrenos de los empresarios y las finanzas. Probablemente sea más difícil en los otros campos donde los reales no están en primer lugar. Pero es necesario.