Siento que las certidumbres le están dando paso a la inevitable duda que acompaña el desenlace inseguro. Hubo meses de gran prepotencia y el sentido de la posesión de una suerte de derecho natural a la ignorancia del diverso llevó a desenfrenos.
Por estos días, y más allá de las imprescindibles proclamas de números apabullantes, en el fondo se sabe que la cosa está cerrada.
Los fracasos trajeron una cierta sabiduría. Tal vez la más común: la prudencia.
Saber de un contrincante de peso y fuerza similar acopia prudencia y, si la inteligencia es mayor, tratar de acopiar fuerzas para derrotarlo y, si por algún acaso la inteligencia es todavía humanamente mayor, se negocia.
De esto último se trata. El referendo resultará en empate, es decir, en un resultado apretado que establecerá sin duda la existencia de dos grandes conjuntos de fuerza electoral equivalente. Fuerza electoral que, al librarla de pelo y paja, reflejará la existencia de gente con diversas maneras de ver y/o sufrir las cosas. Gente que seguirá allí, que forma parte de nosotros. Gente a la que se puede ignorar, despreciar o pasar por alto. Entre otras cosas porque si antes había sido obligada a ser silenciosa, ahora tienen algunas de las artes de hacerse sentir, de participar. Ha aprendido a patear la calle, a reunirse, a organizarse y a expresar sus posiciones: los venezolanos han estado aprendiendo a participar, y esto tiene cosas a favor de una buena manera de gobernar, que los tome en cuenta. Y mucho en contra de la manera tradicional de hacerlo, en covachas de élites, en repartos de cargos y privilegios, en complicidades de corruptelas.
Ciertamente no hemos llegado a la cohesión dada por un proyecto socialmente construido, pero la necesidad está allí. Y esa tarea tendrá que emprenderse, en cosecha de la historia y lo que se ha aprendido y en severa exigencia para los que quieran dirigir.
Para buscar ese proyecto el método es dialogar, negociar, interactuar. Pero no en los pobres simulacros de dialogar con los míos, en campos pobretones de discrepancias donde las premisas ya están acordadas, en giras electorales disfrazadas de discusión.
No, negociar ahora requiere la convocatoria de todos, de los feos inclusive. De los que erizan los pelos, de los que hasta hace poco se quería freír en aceite. Esto les costará a muchos lideres, comunicadores y moderadores acostumbrados, cual maestros tradicionales, a dar lecciones y controlar los turnos. A simular participaciones con clientelas fieles, a creerse su cova capturando aplausos fáciles.
Se habla del día siguiente y hay razón para ello. Pero seguiremos vivos y por estos lados. Se revisarán los números, se denunciarán fraudes, se invocarán dioses y testigos, una vez más se apelara a no se cual organismo internacional. Pero al final, y superados los pataleos, habrá que tragarse el resultado y negociar. En paz y sabiduría. Para ello habrá que arreglar los escenarios, acomodar las sillas y prepararse a recibir gente rara. No se puede seguir gobernando sólo con incondicionales, no se puede seguir haciendo oposición sólo con quejas y denuncias.