Toda persona es educable y toda persona tiene derecho a la educación. Es posible y necesario que todos reciban y logren la mejor educación posible y la mejor educación posible es aquella que conviene tanto a la persona como a su comunidad y su país. Que sea pertinente. Eso no es masificación, la mejor educación posible atiende a la diversidad y a la necesidad y no tiene que ser, inevitablemente, “universitaria”.
La educación occidental, moderna supuso un tránsito de la verdad revelada a la verdad razonada. Un tránsito de una fe a otra fe. El saber tomó la forma de conocimiento, de conocimiento organizado en pautas de la argumentación escrita con reminiscencias aristotélicas. Se separó la experiencia de la información de la experiencia. Los maestros informan sobre la experiencia que otros habían tenido. Esto supuso la creación de una realidad nueva: el mundo escolar, el mundo académico. Esta separación se justificaba por la imposibilidad de informar o aprender en un taller o fábrica todo lo que era necesario aprender para esas formas de vida que se iniciaban con la modernidad europea y norteamericana (información que ahora es posible con las computadoras e Internet). Además, en las escuelas y universidades es posible ideologizar, predicar la nueva razón, la nueva fe y sus beneficios.
Vinieron también los exámenes, los credenciales y títulos y la exclusión de aquellos que no dieran la talla, de los diversos y pobres que no fueran convergentes a ese mundo, sus valores y sus exigencias. Una exclusión que aquí la vemos como mucho más que una salida de un sistema, es una grave fragmentación ética de la persona.
Por extensión colonial, y muy lenta y tardíamente, a Venezuela se trajo ese mundo escolar, con beneficios y daños. Los beneficios se agrupan bajo una afirmación general: algunos de nosotros podemos comunicarnos y mercadear gracias a sus enseñanzas. Los daños: la mayor parte de la población –excluida más tarde o más temprano de las escuelas– no se puede comunicar ni mercadear con ellos, sólo comprar y a veces consumir lo que compra.
La occidentalización por la vía escolar convencional no nos hace occidentales, cuando más nos aproxima con ojos de envidia o codicia a ellos. Pero las escuelas y universidades, con toda su crisis y su mundo, están aquí, se han implantado como necesidad y alcabala social, y hay trabajar con ellas.
Con esos antecedentes hay que operar de manera de lograr que todos sean educados, y eso no se puede lograr sin introducirle a ese mundo grandes dosis de flexibilidad, lo que, para conservar la calidad, exige grandes cambios pedagógicos.
Hay que procurar la inversión de la relación educativa transformándola en una interacción centrada en el estudiante. Sustituyendo el concepto de transmitir información por el de construir aprendizajes. El de segmentación del saber en disciplinas del conocimiento por la integralidad, sistemicidad, transdisciplinariedad que permite el aprendizaje por proyectos. El de compulsión y amenaza por el de problematización y motivación.
Por allí van las cosas y los cambios, que en forma alguna se pueden lograr en operativos o etapas electorales o políticas. Es un complejo proceso de estado y nación, más allá de toda polarización, que debe iniciarse formando promotores de esos cambios. Con teorías e instrumentos, como la interacción constructiva y el aprendizaje virtual, presencial, en sitio, a los cuales me iré refiriendo.