EL ARTE DE HACER PROYECTOS

Arnaldo Esté

tebasucv@cantv.net

27 de Julio de 2004


Como ya se ha dicho estamos en época de contiendas, empates, negociaciones y proyectos.

Sea cual fuera el resultado del referendo, tanto por su estrecho resultado como por la necesaria inteligencia para comprender un país encallejonado como el nuestro, habrá que negociar. Y las palmas y agradecimientos las recibirán los mejores negociadores. Y en la negociación habrá que caminar hacia el Proyecto. Por eso es necesario hablar sobre proyectos, lo que son y para que sirven.

Un proyecto tiene dos conjuntos de componentes de gran importancia: los de orden organizativo que atienden a su capacidad para regimentar los procesos, tareas y acciones y los de orden ético que atienden a su capacidad para cohesionar al conjunto de actores y darle sentido y significado a esas acciones que, de otra manera, resultarían fácilmente incomprensibles o aisladas.

Debemos diferenciar un proyecto de un plan. Un plan responde a la intención fuertemente racional de imponerle el presente al futuro. Como los planos de un edificio que establecen con precisión donde se colocarán columnas, vigas e instalaciones. Funcionan para procesos relativamente simples donde los componentes se pueden cuantificar y definir en montos y linderos.

Preferimos usar la palabra proyecto para referirnos a procesos de mayor complejidad, sobre todo aquellos que atienden a las gestiones humanas, sociales, donde los cuantificadores y definidores fuerzan las realidades y las reducen a meras y pretenciosas abstracciones.

Un proyecto social es mucho más que un escrito. Es un estado de conciencia, un ethos del que participa un conjunto social, una comunidad, una nación. De allí que una proposición escrita y anterior no debe confundirse con su existencia como fuerza de acción. Así que no podrá hablarse de un proyecto sino después que lo podamos percibir en sus hechos y sistemas de relaciones.

Lo anterior no invalida la actividad intelectual, racional, de concebir y presentar proposiciones. No, ello es importante e imprescindible, es lo que justifica y demanda la existencia de estudiosos e investigadores, de políticos y promotores sociales. Pero aferrarse al enunciado previo de un proyecto con la esperanza de que se cumpla como un plan es dotar a ese puro ejercicio racional de un carácter divino e impositivo que, como ha ocurrido muchas veces, sólo durará mientras dura la fuerza cobijante que lo impone.

Así que el enunciado de proyectos y proposiciones de destino social deben concebirse como leña para negociar. Negociar con los otros que tienen proyectos diferentes y negociar con el mismo curso de acción social que terminará por construir, si tal es el caso, el propio proyecto. Ello, que bien puede ser norma general, es particularmente válido para esta trifulcosa situación, donde la rica diversidad se ha visto apabullada por reclamos de violencia y donde las fuerzas enfrentadas aparecen equivalentes e imprescindibles.

Venezuela no tiene proyecto. No hay tal grado de conciencia compartida que nos permita acarrear nuestras acciones a un curso común. En su lugar aun predomina la tendencia del sobreviviente que se aferra a todo lo que se le aproxima con ánimo de propietario. Ambiente propicio para las éticas mafiosas de grupos convoyados en corruptelas y complicidades que han cuajado como archipiélagos en ministerios, gremios y partidos. Pero la crisis genera fertilidades.

Negociar ahora y después del 15, es la cosa. Buscar áreas de negociación para sacar propuestas que vayan convergiendo hacia ese proyecto. Que provoquen y convoquen a ese almácigo de organizaciones, asambleas, círculos, asociaciones, que han surgido por todas partes, a veces más con intenciones de pelear que de construir, a discutir y generar cursos positivos de acción.