La presencia del Centro Carter nos deja importantes aprendizajes.
La tendencia a intervenir en las vidas ajenas es una manera habitual de revelar la no comprensión de la diversidad y la inevitable complejidad del otro y sus procesos interiores. Se interviene de muchas maneras desde el simple chisme o comentario hasta la agresión o la imposición violenta de un comportamiento.
En la tradición escolar, que no percibe la diversidad ni los procesos constructivos del saber y los aprendizajes, se interviene al estudiante tratando de imponerle, vía transmisión coactiva, los aprendizajes supuestamente imprescindibles para su vida social. Allí la verdad –mi verdad– se asume como objetiva y anterior al proceso social y comunicativo y se trata que el otro –a quien, por supuesto, se le ignora como persona– se someta y adopte esa verdad.
En otra dimensión eso es lo que ocurre en Irak. El presidente Bush se asume portador de la única y universal verdad, –que él la llama libertad y democracia– y envía portaaviones cohetes y soldados a salvar aquel pueblo de su propia malignidad. Y esto lo hace, en flaco estilo, utilizando un lenguaje medieval.
La enseñanza y ayuda que los venezolanos hemos recibido del Centro Carter y, particularmente, de su enviado, Francisco Diez –hombre que sin esfuerzos personifica sus concepciones– es, principalmente, la posibilidad de intervenir en la vida ajena sin perturbar los procesos y dinámicas internas del intervenido. Una intervención con otra concepción que no presume una verdad misionera, imperial o conquistadora sino la de facilitar y estimular los propios procesos, mostrando experiencias y herramientas de comunicación y diálogo que eludan los barrancos de violencia, guerras o muerte. He tenido la fortuna de estar los últimos dos años cerca de sus actividades, enterarme de detalles no siempre fáciles de divulgar y de aprender algo sobre el difícil arte de negociar, que ha devenido en una importante profesión. En esa condición puedo dar testimonio del gran valor que ha tenido esta manera de intervenir y la calidad y sutileza de las personas que la han ejecutado, al punto de permitir superar situaciones que bien pudieran haberse transformado en encuentros violentos o trabas insuperables de nuestro peculiar curso democrático.
Graves situaciones hemos atravesado que aun no terminamos de superar. Perviven escenas y lenguaradas de alto drama, de una polarización que llevó a muchos a jugársela completa en la presunción de un inminente fin del contrario. Se cavaron trincheras y se cortaron comunicaciones, absolutizando el lenguaje y eludiendo diálogos y argumentos sustituyéndolos por clarinadas con sabor de cuñas comerciales y avanzadas de caballería.
Trochas difíciles hay por delante y más de un error se agregará a nuestra larga lista, donde no faltan populismos que ofrecen lo ajeno, ni economistas científicos y futurólogos, simplificadores del mundo humano. Habrá que cultivar ese diálogo y esa negociación, la comprensión de los procesos ajenos y la necesidad de estimularlos en respeto y sin castramiento de la dignidad de cada quien, cosa imprescindible para que la construcción siga su curso y no torne en dependientes o siervos a los dominados por una intervención imperial o evangelizadora.