El terror termina por ser pozo profundo, aire que se respira, voz en susurro, miradas en ángulo. Condena sin juicio de la cual cada quien toma su parte. Ciénaga de imposible navegación. Demonios desatados que crecen con su canibalismo. Pregúntenle a Bush, ese experto en destrozar las almas de sus coterráneos.
Ya supimos del terror cuando Pérez Jiménez, sus torvas camionetas, sus torturas, sus vacunas, sus auroleados policiotas, y el sentirse poseído por la capacidad de proyectar en cada sombra una amenaza.
Aunque lo olviden los terroristas, el terror no le sirve a nadie. Termina por ser su propio patrón, señor y rector, dueño de sus propias reglas y cofradías a las cuales es posible entrar y casi imposible salir. Y, como maquinaria ritual y enajenada, acaba por ser su propio fin.
No se bien donde leí que el acorralamiento era el trampolín del terror. Y esto pudiera, para algunas situaciones, ser ciertas. Y si tal fueran algunos casos, la comunicación y el diálogo disminuyen esos espacios.
Hemos presenciado grandes movilizaciones, medios dispuestos, opinadores actuando, animadores animados, por causas polarizadas. Ahora la causa es de todos, en ella cabemos y debemos estar todos: hay que rechazarla en toda la línea. No dejar hendija por la que se pueda colar argumento o refugio. Hay que sacar al terror en su menor semilla.
Nadie debe callar, ni los que han medrado con las banderas de la violencia (y violencia no es aún terror) deben callar. Ni los amantes de fusiles o estridencias, ni los gritones desde caldos hormonales, ni los que venden celulares con fuego en la boca, ni los sedientos de venganza, ni los que construyeron a Danilo Anderson como un Arcangel San Gabriel. Más de uno se sentirá tentado por a buscar venganzas y retaliaciones. Poco agradecería el propio Danilo Anderson que se desvirtuara así su gestión y su muerte. Pudiera habernos gustado o no en lindero sútil que entre política y justicia transitaba, pero era su trabajo en tiempos de grandes y fáciles prejuicios.
Ahora, que después de saltar muchos huecos pareciéramos tomar la ruta de la negociación y la comunicación, desde territorios difíciles y llenos de problemas, el talante dulce de los venezolanos se nos pone a prueba, Con gente que quiere desbocar este filo de despeñadero aun transitado.
Nadie debe callar, ni los gremios en busca de pagos, ni los buhoneros con libros inciertos y fantasías quemadas, ni los médicos de ambulatorios como pulperías sin sardinas, ni mis colegas universitarios tan esperanzados en sus aguinaldos.
No es un simple problema de justicia, es el establecimiento con toda la fuerza de un referente, de un valor principal de nuestro pueblo: ahora y para siempre, no queremos cosas como esta. No somos así, no vamos a ser así, y sus autores, que ciertamente los hay, no deben tener cobijo, ni excusa, ni guarimba, ni concha o escondrijo, ni asilo ni argumento: simplemente desprecio, son extraños, son de otro mundo, no son de aquí.