La corrupción es atávica, transministerial, transpartidista, transempresarial, transnacional, ubicua y de gran permeabilidad. Como las cucarachas, a prueba de cataclismos. Es organizada, y cuando aparentemente no lo es en realidad, cuenta con recursos instintivos para lograr acuerdos y complicidades, para entender las señas con tal rapidez que refiere a una manera superior de organizarse. Maneras de entrar, moverse, gesticular, expresiones oblicuas, terminología especializada que dan pautas de posibilidades para armar guisos y movidas. Tan generalizada que se pierde la sensibilidad para percibirla: como la muerte en la guerra, deja de producir asco y se invierten las censuras. El correcto termina por sentirse –y verse– raro. No discrimina y aparece tanto en contratos y licitaciones como en urgencias y catástrofes.
Tiene herramientas poderosas para defenderse. Uno de ellos, muy frecuente, es embarrar, untar al inconforme o probo. Neutralizarlo presentándolo contaminado o, aplicar la centrífuga tartufiana: todos están en la movida. A ellas se agrega lo difícil de combatirla: por las maneras sutiles de ejercerse o el miedo a las represalias, el afán de lograr a todo costo un propósito, la preservación del prestigio del gobierno, la complicidad, la existencia de zonas difusas entre lo correcto y lo corrupto, la lenidad y complacencia de la autoridad, la subestimación de su peligro para el proyecto, la tradición cultural diferente a la normativa institucional.
Nada de esto es nuevo, ya era faraónico. Pero tampoco son nuevos sus efectos: la corrupción se ha llevado grandes gestas y proyectos.
Si no se le echa un parao también se llevará al Proyecto Bolivariano.
Uno puede trabajar académicamente la corrupción y abordarla conceptualmente. Hacer con ella definiciones y proposiciones.
Ético es lo que cohesiona y preserva a un grupo humano. La ética es la sistematización de ello. El ethosethos y tener la necesaria fuerza cohesionadora para lograr su realización.
Armar un proyecto es, en buena medida, la búsqueda de ese concierto, de esa cohesión. Es la búsqueda de esa fuerza ética. Pero, así como es difícil lograr esa concertación ética, es fácil perderla al extraviarse sus valores o referentes. Valores o referentes que hay que establecer con claridad, en el proceso de construir un proyecto y que deben llegar a ser linderos y marcadores de camino.
Las éticas mafiosas son componendas normativas de grupos menores que parasitan grupos mayores. Un grupo mafioso no está necesariamente corrompido para sí mismo. Al estarlo entra en crisis, se descoyunta y vienen los espasmos autoritarios de los jefes, divisiones y arreglos de cuentas, las sobrevivencia, la desbandada.
Un proyecto para todo un país supone una ética mayor, y si se tolera la corrupción se acaba el proyecto.
La democracia supone diversidad y negociación. Y un proyecto debe ser la consecuencia de la convergencia negociada de esa diversidad y, una vez establecido el proyecto, y el acuerdo que este supone, deben estar claros los linderos entre lo que debe ser ético y lo que se debe considerar corrupto. Aunque esto pueda implicar cortarse la propia mano y aunque muchos piensan que la ética y la política tienen que comer en platos diferentes.