LA VIOLENCIA ALUVIONAL, ÁRBITROS Y OBSERVADORES

Arnaldo Esté

tebasucv@cantv.net

1 de julio 2004


A seis semanas del referendo y luego de un corto receso, la intolerancia parece renacer. Han surgido una suerte de derechos feudales sobre espacios y territorios, derechos de peaje y alcabalas. Sentimos los tonos presuntuosos que repican, a escalas de la gente corriente, las pautas de lenguaje iniciadas por los dirigentes que afloran discriminaciones y exclusiones.

Desde hace tiempo es difícil encontrar un artículo de prensa, una entrevista o un discurso que no arree por delante el insulto y la difamación. En la propia ceguera que ignora que el insultante y chismoso se descalifica mucho más que el agredido. El aplauso fácil de los ya amarrados y fieles se confunde con el alcance del propio mensaje. Y ambos bandos arrimándose a posibles resultados con diferencias estrechas, como ya se asoman, deberían preocuparse más por convencer a una tercería, tal vez espantada por ese más de lo mismo. Pero muchos comunicadores y políticos saben que la alharaca, como lo barato, traen rating. Efímero y espumoso, pero da sensación de llenura.

En este clima cada gesto y cada movimiento será oportuno para un repique que puede tornarse deslave y aluvión. Despeñadero costoso que se alimenta de los propios relinchos.

Hacen falta, son imprescindibles, árbitros y observadores.

Insultados y protestados por partes que lo hacían según les iba yendo en el último torneo, resultaron fundamentales. Mal que bien y en el medio de tormentosas presiones pudieron navegar la novedad, y aquí estamos.

Hay que fortalecerlos y hacer que el respeto demande compromiso.

El referendo revocatorio es consecuencia de una disposición de la Constitución Bolivariana. Es uno de sus aportes a la profundización de la democracia. Creemos que ese avance vino para quedarse y hay que defenderlo y difundirlo. De aquí la necesidad de los testigos, de los observadores.

Un testigo, como ser humano, nunca es una abstracto técnico. Siempre tiene un acervo y un punto de vista. Pertenece a una cultura y, como tal, hay que comprenderlo. Si no fuera así no tendría valor como testigo. Una máquina, una computadora, por decir algo, no puede testificar, no puede observar. Registrará una huella pero no podrá decirle a los que son como él que ha presenciado algo y que, en consecuencia, informa. El observador, a pesar de sus esfuerzos por parecer imparcial, es inevitable que siempre termine informando lo que vio con el lenguaje del visitante, en el lenguaje de su procedencia. Y eso es lo que lo hace muy importante, por ello divulgar es una manera de traducir, y siempre tiene riesgos, pero hay que asumirlos para no cocinarse en la propia sopa.

Ciertamente hay que establecer reglas de cortesía y compostura, pero sin invalidar su mirada ni trapacerías o misterios que puedan invalidar la calidad y transparencia de la propia acción, del referendo del que tanto hablamos.