LOS CONTENIDOS DEL RESORTE

Arnaldo Esté

tebasucv@cantv.net

15 de octubre de 2004


La polarización política, aun vigente y virulenta por la proximidad de las elecciones regionales, proyecta su fuerza torcedora sobre cualquier propuesta o debate público. Más aun cuando se trata de algo de por sí polémico como la LEY DE RESPONSABILIDAD SOCIAL EN RADIO Y TELEVISIÓN.

Este ambiente, le hemos planteado al ministro Izarra, no es el mejor para la aprobación en parlamento de una ley tan importante, por lo que sería conveniente su posposición.

Leyendo el proyecto y otras leyes vigentes en otros países (ver sitio Web de CONATEL) sacamos, entre otras muchas, la presencia de tres vertientes que deben complementarse: los intereses y derechos de la audiencia, enfatizando los de los niños y adolescentes; el derecho a la libertad de expresión y comunicación y la necesidad de promover y apoyar el crecimiento y calidad de la producción y sus actores.

El proyecto prioriza, como es natural, el derecho de los más débiles: la audiencia, los niños y adolescentes. No obstante ese derecho estará mejor satisfecho si se cuidan las otras dos vertientes, el derecho a la libre expresión y comunicación y la promoción de la producción de contenidos de calidad.

Desde mi punto de vista, de maestro e investigador de la cosa educativa, y en la discusión permanente con mis colegas es persistente el reclamo no sólo por la calidad en forma y contenido, ética y estética de lo que en ellos se difunda. Es de gran preocupación como la potencia educativa de esos recursos se evita o desvía.

Los conceptos comunicativos tradicionales que soportan la acción educativa como unidireccional, predicativa, leccionaria llevan a pensar a muchos productores que tendrían que hacer una televisión educativa como prolongación de clases tradicionales, con maestros dando clases y estudiantes atentos y convergentes. Por lo contrario, y bien distante de esto, hay que concebir la educación como una interacción, como una interacción comunicativa que supone la participación, el diálogo y la búsqueda constructiva de aprendizajes. La interacción no es consecuencia de una orden o de un predicamento. Más que eso es consiguiente a una motivación a una intriga pertinente, a una trama por resolver. En ello no se distancia mucho de las tramas teatrales, del drama. En ese sentido la acción comunicativa de intención educativa, más que resolver problemas o dar informaciones obvias, problematiza, intriga. Genera necesidad de información que podría ser suministrada como complementación de la intriga generada, oportunamente. Esta intención no debe comprenderse como exclusiva de programas explícitamente educativos o infantiles. Pueden permear toda la programación en la medida en la que los productores y directores sientan este compromiso ético.

Hay muchos temas pendientes: El humorismo grueso de tortazos y culos, con frecuencia difamatorio. Las telenovelas –que pueden y saben ser maravillosas– que ahora aparecen como cajas de galletas de soda: secas y repetitivas. Los talk shows de eternos opinadores. Las cadenas de abuso prepotente y predicativo que no supone diversidad, discrepancia o participación. La violencia y el sexo inmotivados, usados como lenguaje fácil, invocadores de concentraciones morbosas. La participación caricaturizada con mensajitos y llamadas telefónicas como espectáculo político novedoso con preguntas proyectivas y respuestas manipuladas y hasta almacenadas, que abren cauce a la agresión sin defensa y a la difamación.

Hay que dialogar buscando niveles que, estamos seguros, incrementarán su audiencia –y sus ganancias– a la vez que le crearían campo de trabajo y exigencias a la importante e imprescindible gente de ese sector de la cultura.