Dialogar, en buena reflexión comunicativa y lingüística, es negociar. Se negocia buscando, en uno mismo y en el otro, significados que pueden corresponder más o menos a las palabras dichas. Pero las palabras siempre se emiten o reciben en contextos que se incorporan tanto a lo emitido como a lo recibido.
De manera que las mismas palabras dichas a otra persona en la intimidad de un confesionario tienen un significado diferente a las que son emitidas ante las cámaras de televisión o una multitud. Esto es bien sabido y viejo. Las cámaras y la multitud invocan inevitablemente lo que el filósofo y político londinense Francis Bacon llamaba ídolos del foro. La gente en esas situaciones suele desaforarse. Es poseída por un ánimo de seducción, pelea u otros diablos que bien pueden reemplazar lo que se suponía que quería significar con sus palabras. Si no creen a los sabios, préstenle atención a comentaristas, analistas, moderadores y otras variedades humanas que iluminan nuestro horizonte mediático y vean de que manera muchas de esas creaciones idolátricas se tornan realidades donde se asienta la polarización.
Los diálogos y debates en tales escenarios poco sirven para hacerse entender y, mucho menos, para buscar acuerdos. En los medios algunos marioneteros, a sabiendas de esos ídolos, ponen fácilmente a las gente en plan de pelea para fabricar noticias en el curso aquel de la tremenda Celia cuando Tongo le dio a Borondongo y el gordo Borondongo le dio al atrevido Bernabé. En ese giro la verdad pierde su valor y es sustituida por el espectáculo, que termina por ser una realidad mucho más apasionante. Así estamos. El discurso político se ha atrapado en ese ritual, donde discursear es un recurso para mantenerse en el escenario ganando poder y votos, termina por ser el único motivo y manera de vida.
Como los de AQUÍ CABEMOS TODOS andamos en una de promover el diálogo, cabe hablar de lo que podemos llamar “modales del diálogo”, modales para dialogar constructivamente:
1. Evitar los ídolos del foro, es decir, evitar cámaras, multitudes, tarimas, banderas, coros, pitos, pancartas, manos amenazantes, miradas puyudas, estridencias en altas octavas.
2. Buscar locales “neutrales”, espacios donde las partes concurran en igualdad de condiciones y sin humillación.
3. Hablar sobre temas precisos.
4. Hablar de lo que se sabe y puede argumentar y sostener. Sin creer que adjetivaciones y valoraciones aumentan la profundidad del argumento.
5. Referirse a las proposiciones de los otros, no a sus intimidades personales.
6. Tratar de distinguir lo que se está de acuerdo de lo que no se está.
7. Dialogar en presencia de otra gente, no muy numerosa, que conozca bien el tema.
8. Dejar una relación de lo dialogado, estableciendo las coincidencias y las discrepancias.
Esto lo pensamos tratando de promover una cultura del diálogo. Una condición en la que no se pretende eliminar la diversidad o las discrepancias. Por el contrario, hacerlas evidentes, más acá de los ídolos y diablos, hacer conciencia de ellas buscando las áreas de negociación. Aquellas cosas que permiten comunicarnos y, hasta donde sea posible, llegar a acuerdos.
Este es el curso de distensión que hemos tomado y que está creciendo en el país a pesar de las próximas elecciones y sus incertidumbres.