LUCHA DE CLASES, INCLUSIÓN, EXCLUSIÓN

Arnaldo Esté

tebasucv@cantv.net

03 de Junio de 2005


Me entusiasman términos como inclusión y participación. A pesar de su uso abusivo conservan sabores de búsqueda, de problemas difíciles de resolver, de intriga necesaria.

Inclusión nos lleva a migrantes que llegaron tarde a las ciudades, a convergencia y aceptación de diversidades, a percibir que la cosa no está completa si tú estás afuera. A la superación de racismos, discriminaciones y privilegios.

Participación, en parentela con lo de diversidad e inclusión, nos lleva a varias maneras de participar: en la decisión, en la construcción y en el disfrute o placer que de la cosa de muchos se tiene. Nos lleva a que la participación es mayor en la medida en la que cada quien participa desde lo que es: como músico, poeta, soldador, siembra papas, yanomamí, niño del este o buhonero. Y que la justicia y la ley igualan preservando la diversidad (Bolívar).

Así que, si se trata de incluir y participar, no se debe incluir a unos que estaban fuera para sacar a otros que estaban adentro. Eso hay que resolverlo. El país hay que construirlo con todos incluidos, superando también los odios y venganzas que el golpismo, la violencia y la polarización dejó.

La lucha de clases, categoría fundamental del socialismo, es europea: proletarios y burgueses quedaban determinados, con cierta claridad, por el lugar que ocupaban en el proceso de producción y distribución de los bienes. Pero esas diferencias y exclusiones en Venezuela son de otro orden y responden a ciertas características propias. Para esta nación minera, con baja relación trabajo-valor y altísima informalidad, lo de clase social es una grave proyección. Las distancias sociales, los privilegios y exclusiones tienen que ver con el proceso de occidentalización e industrialización forzada y cortical incrementada a partir del petróleo. La precipitada migración ciudad campo en la búsqueda de esa imagen, enraizada en ese petróleo, prolongó y amplio los privilegios y distancias ya existentes en la colonia. Pocas fortunas y afortunados podrían vanagloriarse de haberlas logrado por vías independientes de la redistribución –clara u obscura– de la renta petrolera. Pocas han sido producto del curso del riesgo, la empresa, el ahorro y la plusvalía del capital, como lo hace la burguesía europea.

Una occidentalización que ya tiene en nosotros huellas importantes e irreversibles pero deja fuera a la mayor parte de la población que no logra adquirir sus valores ni descifrar sus códigos urbanos, muchos de ellos inadecuados a esta historia, ámbito ecológico y conflicto humano.

Los cambios sociales, insisto, son cambios en los valores –éticos, estéticos, epistémicos, etc.–, reposan en la fe, en el sustrato religioso de las gentes. No se los cambia sólo con predicas o sermones. La voluntad y las leyes son importantes pero con un efecto limitado. Ellos se cambian –o se fortalecen– con modelajes y prácticas consecuentes, en procesos complejos y de largo aliento. Para ello hay que acopiar esfuerzos y alianzas y no una nueva exclusión, sobre todo cuando se tienen graves carencias de eficiencia y muchos de los que se pretende excluir saben de eficiencia, fueron formados con los dineros del pueblo y tienen los conocimientos y aprendizajes que hacen falta para la construcción del País, independientemente de que una vez estuviesen en el otro campo.