MISIONES VERSUS INSTITUCIONES

HAY MUCHO QUE DISCUTIR Y CAMBIAR EN LA EDUCACIÓN

Arnaldo Esté

tebasucv@cantv.net

15 de enero de 2005


Criticar la maldad educacional aparece inseparable de cualquiera de las maneras más habituales del conversar: la queja. Uno puede llamar la atención, buscando refugio a su fatigado yo de muchas maneras. Entre ellas, frecuentes son la alharaca y la queja.

La alharaca ha llenado páginas, pantallas, calles y cornetas, hasta una eficiente saturación, los últimos tres años. Alharacas tan mal encaminadas que resultaron amelladas. Cuchillos rotos, sin mangos ni filo.

Somos hablachentos y sabrosos en ello. Nos regodeamos en las palabras y gestos, en torbellinos endógenos de adrenalina. Esa condición cultural, muy lejos de ser exclusiva, de por sí, no es mala: presumo que disminuye los peligros de aneurismas e infartos además de una sarta de trastornos psíquicos propios de los introvertidos. A ello se agrega la literatura: en un tipo de pocas palabras buscamos su diente roto o su jardín de conservación y, al prestarle una atención inmerecida, pasamos, con rapidez, de la expectativa a la sospecha.

Sobre la educación hemos hablado mucho y se armaron grandes alharacas tanto con lo del decreto 1011 como con la toma del rectorado de la UCV. Dos frustres mayores.

Ahora el tema regresa más pesado, con unos visos peculiares que pintan un panorama novedoso de diatriba: misiones vs. Instituciones.

El agotamiento de las maneras y contenidos tradicionales de la educación, engastados y atrincherados en las instituciones: ministerios, universidades, escuelas. pareciera dar lugar a baipases, atajos o caminos evasivos para buscar propósitos esperados, necesarios y urgentes. Tal se me aparecen las misiones, sin haber tenido la oportunidad de conocerlas en la mayor profundidad de sus argumentos y propósitos a largo plazo.

Los proyectos de leyes educativas en circulación (Orgánica de Educación y de Educación Superior), tal como los conocemos, no plantean mayores exigencias, ni una mayor mordedura que pudiera incidir, a partir del puro instrumento legal, en el drama (o en la ausencia de trama) de los ambientes de aprendizaje.

De ninguna manera puedo proponer ni esperar que alguna ley, reglamento o documento pudiera tener la fuerza necesaria para determinar cambios en los ambientes de aprendizaje, pero si facilitan las cosas y el trabajo de los que proponen o modelan cambios. Los cambios sociales –y de esa naturaleza es el cambio educativo– son inusitados, complejos y difíciles de promover y percibir en sus cursos poco lineales y de ritmos inesperados. Pero una condición si he aprendido: hay que ser continuo y persistente para estar allí cuando esos cambios comiencen a manifestarse, poderlos cosechar y empujar.

Estas cosas hay que discutirlas. Es tiempo de sentarse, presentar y recoger errores y logros. Los organismos oficiales: ministerios de educación, OPSU, universidades, investigadores, maestros, gremios deben convocar y sentarse, sin misterios ni dagas escondidas, a mostrar cartas, propuestas o cosechas. A defender y adelantar posiciones sin tratar de imponerlas con trapacerías o invocatorias de poder. Sin polarizaciones añoradas.