Parece que fuera a pasar con la música lo mismo que con la política.
El bolero, el pasodoble, la guaracha, el liceo Andrés Bello, el Parque Carabobo, Alfredo Sadel, los Torrealberos, Contrapunto, las rancheras y más tarde el rock y las cumbias: Mi condición de mezcla urbana se fue haciendo musicalmente con gran fuerza, pero con pobre definición. Acompañando una historia sesentosa de una generación que se incubó peleando contra Pérez Jiménez, brotó en el 58 y nunca termino de cuajar. Menos por falta de inteligencia que por falta amplitud y sensibilidad. Nos empeñamos en imponer una manera leída, en moda y proyectiva de pensar el futuro. Algunos quedan por allí.
Ahora, aún con cierta bella melancolía, retorna el justo uno por uno y tal vez agarra a esa maravillosa multitud de músicos nuestros fuera de cancha, con mucha necesidad por dentro y pocos temas propios. Estuvieron fuera de escena por mucho tiempo, reducidos, los más de ellos, a matar tigres.
Lo venezolano aún está en ciernes, valores débiles, aislados y de poco arraigo no tienen cuerpo para presentar defensa a las novelerías o importaciones: al igual que en los discursos políticos, en las bellas artes, o en los aprendizajes escolares.
Es ineludible la comprensión de sí, de lo que se ha sido. Es la plataforma para poder proponer, no se crea desde la nada. No es cosa de romanticismo o dulce mirada al pasado, ni culto de viejo memorioso. No es nacionalismo que mira lo propio como lo mejor. Es otra cosa. Se trata de construir una personalidad social que no existe. Una personalidad que justo ahora está en proceso y, por ello, resulta difícil de definir y establecer teóricamente. Es difícil comprender lo que esta surgiendo. Pero hay que hacerlo. Hay que montarse en ello más con flexibilidad y sensibilidad que con trincheras o imposiciones, descalificando al divergente.
La creación estética es a la vez forma y constituyente. Es una realidad y hace una realidad. Expresa y a la vez hace una personalidad social.La comprensión de lo que sería la “música venezolana” pude abordarse así. Sensibilidades, procedencias y caminos se cruzaran con recursos y mercado, en fronteras muy difíciles de establecer.
El folklore es una realidad potente, pero para ser venezolano no es necesario ser folklórico. El folklore es una instancia del arte que mayormente ocurre en linderos étnicos y geográficos, que, como tales, resultan progresivamente expandidos por las vías comunicativas. Así que un folklore de una cierto espacio le va cediendo lugar a otro de un espacio mayor y ambos podrán ser legítimos en cuanto a la fuerza evocativa que alcancen: por su autor, por sus intérpretes, por sus seguidores y fanáticos que, a fin de cuenta, son los que les dan sentido y significado, desde lo que cada quien, como memoria y tradición, ha logrado ser.
La población urbana ahora es mayoritaria, tal vez un 92% de los venezolanos vivimos en ciudades. Sin embargo esa condición, muy reciente, no alcanza una correspondiente estética y lo ciudadano, como conjunto de valores, a muchos se les queda a medio digerir resultando grave causa de exclusión. Todo esto, y mucho más, está en la discusión.
Si este curso del uno por uno se mantiene y la polémica se abre con vigor y profundidad, bien podrá servir de referencia para la discusión política en todos los campos.