POLÍTICA, NEGOCIAR, DIALOGAR

Arnaldo Esté

tebasucv@cantv.net


No hay alternativa a Venezuela como no sea la paz para construir.

Concebir la política como el arte de generar las áreas de negociación es diferente a la concepción de la política como la negación o la ignorancia del otro.

No se trata de retroceder mucho o retroceder poco. Se trata de asimilar la historia y voltear la partida.

Eso de buscar los culpables del engendro no resuelve. Chávez no es un engendro ni es el terror que en el que se ha incubado la polarización. Por ello, si se piensa en la polítca como negociación, con quien vas a negociar si no es con Chávez o es, acaso, que se trata de inventar otro interlocutor. Exagerar los defectos o de Chávez para descalificarlo como interlocutor sólo resulta en continuar una pelea con un boxeador que esta fuera del ring, descuidando al que sí está. (El topo a todo no ha sido otra cosa que esa presuntuosa y aristocrática actitud de “para mí no existes” (por cierto, entre otras cosas, porque no tiene mi estilo, ni mi habla, ni mi color de piel, ni mi roce: en fin, eres un tierruo).

No es sólo un problema de dejar los estudios y salir a la calle. Hay que hacerlo con propuestas y reclamos mejores y más eficientes que los de Chavez.

El diálogo implica aceptar y contraproponer. Y de esa manera, humanizar la relación para poder frenar lo que haya que frenar e impulsar lo que lo valga.

Ya la izquierda vivió esa petulancia sectaria que consideró cualquier relación con el gobierno una traición.

La concepción de la verdad como objetividad posible e imponible.

El proyecto como construcción social.

El partido como aparato para imponer la verdad. El partido como instrumento de negociación.

El problema de los principios y el pragmatismo.

Los principios son referentes de orden fideico de los cuales se derivan los argumentos. Son imprescindibles para comunicarse ya que sin ellos no es posible que las expresiones tomen sentido.

Pero los políticos tradicionales no buscan la negociación ni la comunicación sino la imposición de su verdad o de sus intereses a través de un aparato que tiene la ceñida disposición de cerrarse en la a mediada de en la que sus sistema interno de relaciones se densifica. Es decir tiende a convertirse en un fín que pierde contacto con los contextos y con los otros.

La memoria del castramiento de los aparatos políticos. Su sentido homeostático y autopoiético. El drama de la burocratización que espanto en los sesenta a la gente provocó tanto la insurgencia libertaria universitaria (1967) venezolana y la ulterior renovación ya influenciada por el mayo francés (1968).

De manera que no se trata de renegar de la política, se trata de dejar atrás esa concepción de la política como arte de la negación y la imposición de una verdad.

La creación de comunidades no es otra cosa que la estructuración de relaciones humanas con propensión a estabilizarse. La comunidad no existe sino en la medida en la que se estructura y ella puede ser –no lo es inevitablemente– ya que puede la gente organizarse para los propósitos mas horribles. Pero independientemente de sus riesgos, es la fuerza mayor de la producción económica y cultural, es la fuerza mayor para la producción y solución de problemas, es el receptaculo mejor de los proyectos.

Bowling for Colombine hace un trazo grueso –tan grueso como su directorí del uso suicida del terror para atenazar a un pueblo–. El mecanismo tremendo de aterrorizar para llevar a consumir. Se fabrican enfermedades y se venden sus remedios. Y el miedo se cuela desde adentro hacia mas adentro, desde la nada hacia el cada momento, desde todas partes hacia cada célula. Y quienes podrían vivir en el vecindario del paraíso, construyen con peculiares lideres políticos y mediáticos un infierno de a pedacitos que ni siquiera presta la opción de ser simbolizado para apuntar la dirección de un odio defensivo.

A finales de los sesenta y abonado por el fracaso de la lucha armada, de una guerrilla de gran vocación inmediatista y golpista, de unos partidos alumbrados por el leninismo y de unos líderes con grave facilidad encapsuladora, de autoenquistamiento, surgió un brisote de horizonte fresco que desgraciadamente no alcanzó a pasar de pretensión a propuesta. Y sólo llegó a las magras germinaciones de la renovación universitaria, el MAS y la Causa de Alfredo Maneiro. Fue la justa y necesaria reacción contra las estructuras agarrantes. Pero, que no prosperaran más y sucumbieran ante el contexto partidista y los simplismos electorales, no los priva de su hermosura y promesa.

Eso sigue vigente, y es la pregunta –y te gustan las preguntas– sobre los alcances de la democracia. Tal como la hemos vivido, mucho más importada que construida, se nos atraganta a cada rato cuando no soluciona de inmediato o se empoza, con gran facilidad, en las madejas de fácil textura de los veteranos trajinantes.

Todavía no hay alternativa para el juego electoral y sus inevitables trapacerías (que no son extrañas o nuevas): se trampea con las mentiras y propaganda y medios monopolizados, con las contabilidades, con las proporciones o representaciones, pero, sabemos, aquello de “expresar la voluntad popular” es también un constructo. Ni siquiera las asambleas (recuerdas el “asambleismo”: la oratoria y las claques amarradas). Ellas se parecen mucho a los ambientes de televisión, en que obligan una manera de hacer discursos, pero con pobre repercusión. Pero las televisoras, con tanto poder como las catedrales góticas, son un contexto que hilvana contenidos obligados, que rebotan y retumban mucho más allá de sus linderos físicos. Ni la supuesta democracia directa se exceptúa de trajines y manoseos.

Pero no por estas cosas nos vamos a refugiar en la poesía del anarquismo. Siempre resultó egoísta para mis papilas y hay que proponer. No soy poeta, apenas soy maestro.

Ahora nos toca armar comunidades. Hacer que la gente se encuentre y organice y aprenda a buscar en cada nivel la solución a sus problemas, entre otras cosas porque el petróleo, ya bien lo sabemos, no alcanza para mantener a todos los chinchorros colgados. Y hay que aprender a trabajar, a hablar y discutir, producir y, porque no, a disfrutar más allá de la rutinaria botella.

Y si el trajín y la mentira son maneras humanas, también lo son la generosidad y la capacidad para comunicarse y ser sociales. Ahora, aunque suene monástico, proponemos afincarnos en estos valores y disminuir los primeros.