El entendimiento es una política, no una simple acción de generosidad humana.
Los problemas que implica la crisis general no son nuevos, incluso vienen desde antes del petróleo. Con el petróleo llegó el rentismo que trajo una violenta migración campo-ciudad, que en general acompañó el desarrollo de la revolución industrial occidental en el mundo, lo que también implicaba una diversificación de la producción.
Aquí se pasó del cacao al café y del café al petróleo cuya nacionalización concentró en el Estado una gran riqueza que, a su vez, potenció el populismo: el gobierno tuvo los reales para comprar conciencias.
Lo cierto es que estamos destrozados y lo más grave de la crisis general es la ruptura ética. El país, su gente, no cree en su propia capacidad.
La moral atiende a los comportamientos. La ética atiende a la cohesión, a los valores, a la tenencia de sí como sujeto valido en respeto, reconocimiento y disposición a producir y crear.
Esa construcción ética es un juego de interacciones, de mutuas participaciones, de entendimientos y acciones concertadas que muestren lo posible y necesario de trabajar, producir, crear. Un curso de pedagogía social con acciones. Una profundización de la democracia.
Por eso no hay que desestimar participantes. Ni siquiera los electoralmente derrotados. Ellos están y terminarán aprendiendo, y los problemas los obligarán a abrirse para llegar a acuerdos sustanciales, no cosméticos.
Es cosa de lograr un estado de conciencia y sentimiento de gran tarea necesaria, de gran desafío.
No es solo salir del rentismo y el populismo. Es meterse en esa gran tarea de construcción, de participación, de que no hay lugar a ver pasar las cosas, de que hay que meter el hombro.
Crear una gran confianza y sentido de solidaridad. De que tenemos que acompañarnos y apoyarnos. De aceptarnos como un pueblo diverso, étnica e ideológicamente diverso y que se debe activar desde esa diversidad.
Con costosa frecuencia esas grandes tareas, esas grandes empresas se asocian a la existencia de un gran mesías, un gran líder, un gran resolvedor. Pero también sabemos de los peligros y costos de subordinarse al gran hombre que termina por creérselas, sentirse imprescindible y fuente de la verdad. La historia de todos los pueblos nos habla de esos grandes y peligrosos personajes que, además de su despotismo, impiden que la gente asuma las tareas y necesarias creaciones como propias, en abono y cuido de su propia dignidad.
Este es el sentido político del entendimiento, la concertación, el diálogo y los acuerdos: llegar a un proyecto compartido que, a la vez, explique la necesidad de grandes sacrificios.
Esto suena difícil y lo es. Algunos se oponen porque el apego al poder y sus ventajas los acorrala y obliga a sacar las uñas. Otros porque creen que un simple cambio de gobierno traerá esa compleja construcción ética y social.
El gobierno aun parece lejos de entender esto y se aferra a su lenguaje, política y juramentos ideológicos. A veces pronuncia la palabra diálogo. Pero al actuar se desdice y quiere que se converse en sus términos y espacios, precondicionando los acuerdos. Le temen a la palabra negociación a la que la saturación de juramentos a la trascendencia le otorga sabores diabólicos. No, toda comunicación es una negociación de significados, incluso en sus silencios.
Los opositores ahora tienen la iniciativa y la están usando en la Asamblea Nacional. Pero crece la exigencia para que se proponga y acuerde un breve conjunto de acciones que inicien y tracen, muy específicamente, el curso de esta reconstrucción.