Las primeras reuniones muestran, por parte del gobierno, un empeño ya fracasado, de mantener el país dividido y enfrentado. En lenguaje pobre y jaquetón, de menguadas palabras, desafían y amenazan. Se espera que no lleguen hasta allí los recursos de quienes quieren sobrevivir con la llamada a rectificar. No es cuestión de fidelidad a símbolos, es tema para creatividad y trabajo. Rodearse de imágenes no implica el trasvase de sus cualidades, pero la historia está llena de guerras en nombre de símbolos.
No fue ni será nada fácil evitar esas confrontaciones y concentrarse en la reconstrucción, colocando en prioridad la atención a los más graves problemas de alimentación, seguridad y estabilidad. Apartar la soberbia al afrontar al gobierno con claridad y medida de la propia fuerza y para propiciar la reclamada unidad de la Nación.
A los partidarios del gobierno, por su parte y si es que piensan conservar sus fuerzas, también les conviene buscar el entendimiento. Más allá de ese lenguaje de amenazas y juramentos lo que irá a la memoria de la gente para futuros eventos, será la solución o no de sus graves problemas. Recursos escasos y esfuerzos compartidos en áreas necesariamente comunes serán temas para sentarse y acordar.
No es que se perdieran estos 16 años. Algo se ha aprendido. Tal vez la viejísima lección de que hay que ahorrar para los tiempos de escasez y tal vez la otra de que es complejo eso de cultivar la miseria dándole limosnas.
Un “millón” de viviendas, unas universidades apresuradas, unos médicos importados, becas y pensiones. ¿Ha sido eso el Socialismo del siglo XXI? No solo los ahorros gastados de una inmensa renta sino también la importación de todo, la producción de nada, los salarios esfumados en la inflación.
¿Y el hombre nuevo? ¿Acaso resultó, como buen mendigo, mal agradecido? ¿Cuánto tiempo hubieran necesitado para algún cambio de conciencia, si en 16 solo queda el recuerdo de una eternidad evanecida?
Un país destrozado y un conservatismo abonado. No sé toda la historia, pero creo que nunca fueron las ideas regresivas tan fuertemente abonadas y tal pareciera que muchos descubren que “todo tiempo pasado fue mejor”.
Así que, caído el eterno y su legado nos queda este país destrozado. Hay que acopiar fuerzas y no solo como número sino como estado de ánimo, de valores, de confianza en nosotros, de condición ética.
Así que el entendimiento, el dialogo, la unificación del país es mucho más que un manejo político –que también podría serlo– es un propósito y un requisito. Más allá de las malacrianzas, de poco estilo y menor seso, no hay que caer en ese juego. Es mantener la iniciativa y obligarlos a hablar.
La crisis se profundizará a diario, los anaqueles de los mercados mostraran desfiles, interminables y sin marcha, de refrescos y botellas, y nuestra molestia nos hará pensar desesperos. El gobierno también sentirá eso y pensará en sentarse, más allá de sus temores e inseguridades tratando de complacer con retórica radical a sus ultras y, al mismo tiempo, remendar su fracasada economía. ¡Habrá que buscarle la vuelta!
El cambio de gobierno tomará meses o más tiempo, pero mientras tanto la crisis convocará locuras y los gendarmes se pondrán nerviosos.
Tenemos que hacer que la democracia se realice como creación, trabajo y producción.