El gobierno se ha ufanado de haber cambiado o mejorado la Educación.
Trabajo en Ética y en Educación y trato de mantenerme al tanto en esas cosas, de lo que ocurre aquí en esos campos y hasta donde puedo llegar en viajes, publicaciones, medios de comunicación, Internet. No resulta muy difícil para un investigador profesional mantenerse informado.
Hago esta pretenciosa aclaratoria porque el tema educativo, toca a todos y muchos se sienten con la necesidad de opinar y eso es necesario.
La baja calidad de la educación formal en Venezuela es denuncia vieja y los gobiernos y, sobre todo en los lenguajes electorales, se confunden los términos y se habla de la educación y sus alcances en términos de cantidad: número de escuelas y universidades, de docentes, de estudiantes, de presupuestos asignados… lo que no es malo.
Pero al meternos ahora en las aulas, cosa que sigo haciendo como docente y como averiguador, encuentro lo mismo de hace mucho tiempo: un maestro o profesor dando clases, dando lecciones, informando y a la vez reclamando disciplinada atención. Se cree que la lección predicada se transforma necesariamente en conocimiento. Y eso no es así.
También algunos docentes, muy brillantes expositores, logran concentrar la atención: mucho más hacia su encanto personal que hacia lo que propiamente informa.
Tal ocurrió con el anterior presidente: pagado de su encanto y capacidad expositiva abonó el mito de que la lección tenía fuerza transformadora por lo que gasto horas y horas en cadenas y discursos, monopolizando medios y cadenas, transformando al país en un gran salón de clases. Reforzó su capacidad informativa con una vasta parafernalia de recursos escénicos y de culto en búsqueda de la trascendencia.
Pasaron los años y miles y miles de palabras e imágenes y no surgió el hombre nuevo ni cambiaron sus valores y competencias, su formación. La conjunción de lecciones y dadivas premiadoras congeló al país y no sólo se congeló sino que terminó por encontrarse con una grave miseria económica y ética.
Ahora hay que reconstruir y, a la par de la economía y la seguridad, la educación. Una educación concebida en los términos de la profundización de la democracia. Y profundizar la democracia en transformar las aulas. Y los ambientes de juego social en ambientes de interacción democrática y formación, entendiendo que formación es el logro de valores y competencias y que estos no se desprenden de informaciones sino de prácticas e interacciones consecuentes que transformen la información y la experiencia en aprendizajes.
Los Valores como referentes mayores para la toma de decisiones, ejercicios de las competencias y los proyectos de vida.
Y las competencias como habilidades, destrezas, saberes y conocimientos válidos para su desempeño en contextos ciertos, efectivos, de trabajo, creación y producción.
Por aquí debería ir la reconstrucción educativa: dejar atrás sus condiciones verticales y autoritarias actuales, donde sólo el maestro participa, en ambientes para el ejercicio de una democracia profunda en la que valores y competencias se construyan en su ejercicio cotidiano.