DEMOCRACIA: ¿MÉTODO O PROPÓSITO?

Arnaldo Esté

arnaldoeste@gmail.com

@perroalzao

26 DE ENERO 2016


Ahora, y a propósito de la situación de Venezuela, inicio esta indagación que supongo que ya ha sido planteada.

Lo primero que se me ocurre es que no es posible tal distinción y que siempre estará referida al contexto en el cual ella se plantee.

A propósito de los valores.

La dignidad, como validez de sí, reconocimiento, respeto, es difícil definirla, entre otras cosas porque siempre esta subordinada al estado y acción de cada quien. A menos de confundir el término, cosa que se hace muy frecuentemente (honor, orgullo, mérito, propiedad para un cargo, vivienda digna, sueldo digno…) esa banalización o vulgarización de la palabra me ha hecho pensar en usar otra que cargue mejor el significado que busco, pero no la encuentro y prefiero establecerla como ahora estoy haciendo, al definir ocurrirá como cualquier campo de la subjetividad: quedarán ramas afuera.

El estado de dignidad solo será reconocible en su ejercicio.

Para mi caso, he esbozado más una descripción que una definición: como validez o tenencia de sí ( uno puede tener algo sin saber que lo tiene) para participar o crear. Pero se puede tener dignidad o ejercerla sin saberlo aun cuando la persona buscará, conscientemente o no, el respeto y el reconocimiento. La participación o la creación se realizará, finalmente, en su reconocimiento.

Es inherente a lo que podemos llamar calidad de la subjetividad. Como condición ética (no necesariamente moral, si aceptamos que la materia de la ética, la eticidad, son los valores y la cohesión (individual o social) que de ellos se deriva. En tanto que la moral se refiere a los comportamientos, en el entendido de que los comportamientos pueden tener efectos éticos, incidiendo sobre la cohesión.

La dignidad no existe antes de su ejercicio, no es una potencia.

Tiene que ver con algo que he tratado antes a propósito del “estado en dominio” en un sentido hegeliano. Puede o no disminuirse la dignidad con la esclavitud, el castigo o la prisión, pero, en todo caso no depende de una relación física.

Se cultiva propiciando su ejercicio y, como todo cultivo, es contexto dependiente. Se puede contagiar.

Ahora se envilece la dignidad aproximándola al término empredurismo. Como disposición a emprender, pero emprender empresas industriales o mercantiles. Una suerte de condimento necesario del capitalismo. Pero el ejercicio de la dignidad supone “emprender” en otro sentido, el de atreverse a disentir, a ir contra corriente, a percibir y afirmar algo que los demás no ven.

Pero estoy bien seguro que la dignidad es componente necesario de la vida social, la producción y, sobre todo, de la creación. Más aún, es la nota más distintiva de lo humano. De ella viene la cultura.

¿La dignidad supone anarquismo? No, es esencialmente social, no existe sin testigos de su existencia. Las cofradías, pandillas, comunas… buscan reconocimientos inmediatos, bien perceptibles de gente que se me parece o me sigue. El chamo negado, dicen los psicólogos, busca un grupo de iguales o parecidos. Tiene menos valor el reconocimiento de un extraño o distante.

El estado en dominio (creo que Foucault lo reflexionaba a propósito de cosas) es una condición que puede estar en el otro extremo de la dignidad. El otro lado de la relación amo- siervo hegeliana. En un sentido, bastante mencionado, de que liberarse es sacudirse al amo.

Allí la cosa se complica cuando la liberación se politiza y el siervo deviene en seguidor, militante, acólito, votante. La democracia como ejercicio electoral, o subversión organizada, es un simple método. El populismo, como fea mercantilización de la gente, es un extendido método (política) de dominio.

Así que no puede ser una condición absoluta: se es o no digno. Como todo valor es un gradiente de matices infinitos. Pero debe cultivarse como cosa de interés social: el grupo se enriquece con sus integrantes dignos.

El arte es un bello campo del ejercicio y la necesidad de la dignidad. Tanto para crearlo como para disfrutarlo.

El artista puede estar fuertemente deprimido o loco y sin embargo crea (la creación de un loco puede ser construida por el mercado, los críticos o las coincidencias). No obstante el creador loco sufre de un “estado en dominio” que lo priva de toda dignidad. La dignidad exige sensibilidad, exige percibir el reconocimiento y el respeto.

En algunas religiones se cultiva la humildad como cosa graciosa a Dios quien será el reconocedor final. La literatura ha explorado los caminos extraños de la búsqueda del reconocimiento. Los dolores exquisitos, los claustros, los ermitaños no alcanzan, sin embargo, a ocultar la creación de unos “testigos”, ángeles visitadores ad hoc, que saben de su sacrificio. No todo quedaba postergado para el juicio final. Cosa similar se predicaba en relación al hombre nuevo del comunismo, que debería renunciar a toda recompensa egoísta. Debería aceptar extraviarse en “el común”. Una suerte de limbo vergonzante de lo humano.

El orgullo, que no es de por sí malo, es diferente a la dignidad. También es difícil definirlo. La literatura y las cortesanías lo hicieron y con frecuencia aparece con una simbología que lo identifica. Ha sido necesario portar o tener los símbolos del poder o la jerarquía para obtener un reconocimiento o respeto inmediato. El mundo está lleno de orgullosos castrados y sin dignidad.

El honor, que cada vez está más desprestigiado, tampoco tiene que ver con la dignidad. En muchas culturas ha estado vinculado con el cumplimiento de compromisos propios, grupales o gremiales. La palabra (la que cada vez más sabemos que es contexto dependiente) es campana de reclamo del honor: la palabra empeñada. El mundo de los negocios demanda confianza, que es vecina al honor, pero exige estar reforzada por cosas del poder: las leyes. El mercado negro (que es ilegal) es normado por la palabra. La decencia es comportarse con normalidad, normas explicitas o implícitas que identifican a sus seguidores como “uno de los nuestros”. Dicen que la virginidad, cosa que aún se recuerda, estuvo amarrada –y rota– a la propiedad. La chica tenía que estar completa para asegurar una descendencia (herencia) propia. Pero con el tiempo se transformó en un valor, en un mítico valor.

El mérito, muy en boga por los académicos, puede o no coincidir con la dignidad, pero es de otra tropa. A mí me gusta mucho más la palabra competencia como conjunto de saberes, experiencias, habilidades, destrezas logradas para desempeñarse en un cierto oficio o trabajo.

Pero la educación formal está rigurosamente formalizada: grupos etarios, (a veces aun, sexos), grados, especialidades y disciplinas. Todo eso se expresa en un arsenal de símbolos: cartones y títulos, currículos, institución, medallas, lenguaje, atuendo, cofradías… Una simbología casi universal que indica mérito. Algunas profesiones como las de médicos, están muy elaboradas y la gente les presta atención. Otras como las ciencias sociales lo son menos (aun cuando ahora nos hemos acostumbrado a buscar y encontrar los méritos de los economistas).

La palabra dignidad en uso político, definitivamente se ha puteado y, de ser un valor exclusivamente humano, se ha deslizado, mágicamente, hacia las cosas: vivienda digna, sueldo digno, nevera digna, lavadora digna.