Una ingenua reacción lleva al presidente a proponer en la Asamblea de las Naciones Unidas, como alternativa al dominio imperialista central, yanqui, gringo, del mundo, un mundo multipolar, multicéntrico. Es decir, no se trata de una diversidad profunda sino un paso de un dominio a un multidominio: múltiples centros. Y en esas condiciones se trataría de decidir a cuál de esos variados centros o polos se habría de escoger.
Lo que proponemos refiere a la diversidad social, cultural, económica, ecológica. No de multipolaridad o multicentrismo./p>
No es difícil encontrar por dónde han marchado las decisiones gubernamentales en cuanto a afiliaciones a polos o centros de poder. Así como Cuba enajenó temprano la posible fertilidad de su revolución, amarrándola a la guerra fría y al destino soviético, el gobierno chavista se amarró a los residuos de ese derivado de sumisión. A un país económica y políticamente agotado, que al perecer la Unión Soviética, se encontró sin amparo y sin producción.
La Unión Soviética regresó a ser Rusia, país con una profunda cultura y poderío al cual no tendría que renunciar, como es propio que lo haga cualquier país. Putin, con gran claridad de vocación, es ruso y rusófilo. No lo son menos los chinos y Jinping, ni los gringos y Obama. Cada quien arrima las brasas a sus sardinas. Cada quien se quiere reivindicar como polo o centro.
Pero el gobierno, antes del actual desespero y carencia, buscó con esa bandera de lo multipolar o multicéntrico, dónde establecer su pleitesía. ¿Es que cobijándose con el manto de dólares chino se resulta ser más independiente?
Es evidente que China es uno de esos atractores o impositores emergentes y tentadores. Con propia sutileza, dejan de proponer cursos políticos y, aparentemente, respetan que cada nación haga su propia sopa pero, eso sí, con inversiones condicionadas a sus intereses.
Putin reivindica sus territorios y dominios, encontrando la vía del petróleo y las armas.
Obama con más claridad, sobre todo en eso de la autonomía petrolera, y la comunidad europea con más reticencia, descubren el negocio de conceder terreno a Irán para que éste, eventualmente, se encargue del pegajoso y difícil Medio Oriente, con su milenaria tradición de conflictos.
Este panorama, muy apasionante, como escenario de estudio de la política internacional, podría ser oportuno para que Venezuela optara por crear, construir su propio curso. Uno que aparecería, ante los dogmas e ideologías, como pragmático al no asumir preceptos ni filiaciones a priori. No la búsqueda de un nuevo centro de nueva afiliación, no en el esquema geométrico, facilón, repetido y agotado de Izquierdas y derechas.
Es una apertura a todos los países, naciones y culturas sin discriminar en ellos eventuales centros o ejes de poder. Una apertura que supone la construcción de una sincera economía, en conciencia de nuestras ventajas (y desventajas) humanas y ecológicas y de la necesidad de intercambiar o comerciar con ellas desde una establecida diversidad y asumiendo las reglas del juego. Con un ambiente interior de confianza política, económica y jurídica, y, sobre todo, con el acento mayor en una educación formativa, en valores y competencias haciendo de las aulas espacios donde se cultive la democracia profunda en la participación desde la diversidad, con su ejercicio cotidiano.