Lo que aquí escribo debe sonar ingenuo. Pero con mi kilometraje resulta difícil ser ingenuo. Lo que pasa es que me asusta cada día ver que las cosas agoreras, que aquí vengo escribiendo desde hace muchos meses, se van dando. Eso del barranco, del abismo, del acantilado, que con muchos otros hemos temido.
Luego de largas frustraciones y agotamientos de los partidos tradicionales se abrió una opción que tenía la pinta de un cambio que profundizaría la democracia. Y un líder que personificaba esa esperanzas. El líder, un militar, navegaba en ciertas incertidumbres, pero ciertamente, tenía un tono popular.
Las exigencias de formalidad institucional y el mismo curso socio económico del país, obligó al líder a presentar documentos programáticos que tuvieron que elaborarse con el apoyo de escribidores internacionales. Se le puso el título de Socialismo del siglo XXI y se versionó en imágenes, consignas, proposiciones y un cierto estilo de acción de santo autoritario. Un escenario que fue reforzado por la ausencia de representación de los opositores en los poderes, luego de un torpe llamado a la abstención.
Los documentos, consignas y proposiciones, muy repetidas por el líder, un poco más tarde convertido en mesías, se hicieron una referencia de aceptación obligada, un tono dogmático no discutible que habría de diferenciar a los fieles de los infieles, donde los infieles o inseguros se convertirían en traidores. Una total negación de la democracia, un resabio feudal.
Así que el presidente heredero está atrapado en esa trama de fidelidades, lo que le impide manejar lo que es la riqueza mayor de la política: navegar y negociar. La palabra negociación le resulta pecaminosa.
Allí está atrapado el presidente y sus juramentados próximos, por lo que lo oímos y vemos cada día encadenado, en un retortijón repetido de lecciones y la creación de madejas burocráticas ineficaces que evitan, a todo dar, cualquier cosa que pueda soñar a infidelidad. El presidente borda, riza y enredada las mismas cosas, en la esperanza de que sus palabras generen realidades y se oscurezca la verdad de que el proyecto mesiánico no paso de ser un rentismo petrolero populista.
Pero, de alguna manera, abierta o solapadamente, tendrá que negociar.
Por otra parte los opositores están llegando a acuerdos para revocar o salir del presidente. Sienten la crisis general y la presión de la gente por buscar alimentos, medicinas, seguridad... Pero, políticos como son, tendrán que aterrizar y encontrar que los problemas son sumamente graves y de viejo origen. Y que habrá que abordarlos con entendimientos y negociaciones para acopiar fuerzas, bien sea con el actual gobierno o con el gobierno nuevo. Llegar a acuerdos fundamentales de transición y luego de construcción y que implicarán mayores cargas, costos y sacrificios difíciles de comprender para una gente malamente acostumbrada a dádivas y milagros.
Mientras, esperando estas negociaciones, los días pasan con su carga de malas sorpresas.