JUSTICIA, VERDAD, VALORES Y COMPORTAMIENTOS

ARNALDO ESTÉ

arnaldoeste@gmail.com

@perroalzao


Está en primer plano, en el marco de una crisis general, el conflicto de poderes, las funciones del Tribunal Supremo de Justicia y las cifras y propuestas del Gobierno.

La justicia y la verdad son valores. Forman parte del sistema de valores de una cultura. Un sistema de valores que está o debería estar en su génesis y construcción.

Los valores son los grandes referentes fideicos desde los cuales se generan, o deben generarse las decisiones y los proyectos de grupos o individuos.

De la justicia y la verdad se derivan leyes y comportamientos. De su observancia o percepción también se derivan injusticias, delitos y mentiras.

El poder judicial, el Tribunal Supremo de Justicia, con los valores extraviados, toma decisiones y se comporta de una cierta manera. Ambas cosas son modelajes, son ejemplos.

El gobierno usa la mentira con frecuencia, oculta información y toma decisiones inseguras y contradictorias. Eso también es un modelaje, un ejemplo.

Los primeros en percibir la mentira y la injusticia son los integrantes más próximos de los dos poderes. La gente, en la cual finalmente, se realizan los valores. En sus comportamientos. En la derivación moral de la ética pretendida. Conscientes de ello, pasan de ser simples participantes a ser cómplices. Incluso apelando a misticismos, argumentos políticos, ideológicos o idealismos, que a estas alturas de los acontecimientos, si una vez fueros nebulosos y ceñidos a lecciones, ahora son pantanosos.

De esas cosas tan graves se derivan muchas otras: una, la descomposición o por lo menos inseguridad, de los grupos que constituyen, física y espiritualmente los tribunales, ministerios y otras instituciones de gobierno. Otra, la descomposición del resto del país que deja de percibir –y por lo tanto seguir– los mencionados valores. Allí entran la corrupción y la violencia como comportamientos habituales.

Resulta pendejo ser honesto, justo o pacífico. Nadie lo va a reconocer, nadie me va a respetar.

Se extravía la dignidad, la propia calidad de la subjetividad. Una condición que lleva, sobre todo a los más jóvenes, a buscar en el grupo inmediato, en la pandilla (y a veces en los medios de comunicación, con su magnificación de los capos o pranes) el necesario respeto y reconocimiento: una peculiar dignidad.

Estas responsabilidades, estas culpas, del Gobierno y del Tribunal Supremo de Justicia, son tan profundas, difusas y generales que es difícil que se lleguen a configurar como delitos. Pero sí estoy seguro de que su mayor sanción quedará en los restos de sus aporreadas conciencias o en la eventual condición de tener en la ventana a un chamo, nervioso y con sudores, pidiéndote, con hierro en mano, el celular, los reales, el carro o la propia virginidad familiar.

Mucho mayor que el beneficio de las viviendas construidas es la dimensión de estos daños éticos. Desde esta condición, la reintegración del país requiere el entendimiento.

Esta es una monserga trágica, como casi todas ellas, pero por mi oficio tengo que hacerlas. Para ello me formo mi universidad, la UCV.