LA CONSTITUCIÓN DE LA PARTICIPACIÓN Y LOS LINDEROS DE LA LEGALIDAD


ARNALDO ESTÉ

arnaldoeste@gmail.com

@perroalzao

01 de agosto de 2015


La participación, más que como forma del juego social, se incorpora a la Constitución actual, como un valor, como un referente mayor. Como un referente que habría de regir las formas de organización, la toma de decisiones, la distribución de las riquezas, la justicia y las leyes, el orden y la seguridad, el uso correcto de los bienes públicos, la diversidad y la pluralidad.

Así que si se vulnera, disminuye o escamotea la participación, se está violando el espíritu y la sustancia de esa constitución.

La participación, calidad humana, se limita cuando queda condicionada por la sobrevivencia, bien sea por inseguridad o por carencia y desabastecimiento.

La participación no supone que el participante es un sujeto menguado, llevado a la mendicidad por una relación clientelar. No es un becerro que se alimenta para luego degollarlo. Por lo contrario, la participación se propicia cuando la discrepancia se naturaliza y no cuando se impone la vigencia de una verdad trascendente amarrada a un líder, omnisciente y ausente. Una relación vertical que mata las iniciativas y cultiva la ineficiencia. Todos terminan por esperar las órdenes del designado, quien, a su vez, se hunde en las postergaciones.

El gobierno, deudor de muchos clientes, se proclama, con una reiteración que denuncia inseguridad, como gobierno de los pobres o, más aún, de una clase obrera de contornos porosos y muy difíciles de definir en un país de empleados públicos e informales que hacen mayoría.Con esa confesión, y en un uso muy extraviado de manuales y teorías, justifica el descarrío de ese valor fundamental, con la excusa de preservar una revolución devenida en barato fetiche de yeso. Así, a los otros, a los adversarios, se los trata como enemigos y, como tales, se les secuestra, intimida, inhabilita y se usan, muy ilegalmente, los recursos del Estado en un fraude-lento ventajista.

Con esa confesión, y en un uso muy extraviado de manuales y teorías, justifica el descarrío de ese valor fundamental, con la excusa de preservar una revolución devenida en barato fetiche de yeso. Así, a los otros, a los adversarios, se los trata como enemigos y, como tales, se les secuestra, intimida, inhabilita y se usan, muy ilegalmente, los recursos del Estado en un fraude-lento ventajista.

El proceso electoral ya en curso navegará en esa legalidad menguada, con unos candidatos oficialistas que ya no estarán alimentados por las pretensiones y búsquedas idealistas. Nada del hombre nuevo, de la igualdad social, del concierto latino. En la intimidad de grupos y pretendientes a diputados se hará cada vez más confesa y evidente la confabulación para lograr o mantener un pedazo, poco escrupuloso, de poder. Reuniones tensas, cruzadas por miradas de sospecha, temor a la derrota, apuro por quedarse con algo.

Una navegación acosada crecientemente por carencias, desabastecimiento y combinación de una violencia endémica con violencias emergentes en colas de sobrevivientes.

No es fácil ser optimista, aun cuando hay que serlo: es nuestro país y nos formaron para servirle: hay que proponer.

Pero: ¿Cómo no angustiarse?, ¿cómo escapar de la incertidumbre?, ¿de qué manera decirles que se abran al diálogo, al cambio de ruta, a la evidencia dolorosa del fracaso?