PEDAGOGIA SOCIAL Y EJEMPLOS QUE PERVIERTEN


ARNALDO ESTÉ

arnaldoeste@gmail.com

@perroalzao

20 DE AGOSTO 2016


La perversión ética de los poderosos no es cosa nueva. Creo que se puede decir que acompaña a todas las culturas y está reseñada en historias, artes y literatura. No solo está su reseña sino también los precios que los poderosos corruptos tuvieron que pagar.

No obstante la cosa sigue y tal pareciera que el peligro que acompaña a la corrupción la hace más valiosa. La tentación de una cuerda floja, de un filo de navaja.

En la educación, en la pedagogía, el proceso de construcción de valores y competencias depende mucho más de lo que ocurre que de lo que se dice, de lo que se modela mucho más que de lo que se predica.

Los poderes públicos, y con mayor importancia, jueces, magistrados, rectores, todos los días se muestran, actúan y parecieran mirar para otro lado. Las carencias y la violencia no desvelan su actuar.

La crisis general se come al País pero las trácalas se hacen más frecuentes y cotidianas. Y no solo eso: se hacen populares.

El bachaqueo es la corrupción democratizada. Con una peculiaridad: por años hemos oído el cuento de la guerra económica pero ahora es que entendemos quien es el enemigo del gobierno en esa guerra. Es su propia caída ética que se personifica en hordas, en colas desesperadas, como una plaga. Uno entiende las maneras de haberse simbolizado los avernos.

Es la plaga de los jueces, magistrados y rectoras que baja en una funesta pedagogía del contagio.

Lo más grave es que la corrupción no se resume a los dineros y símbolos de poder. No, invade todo en esta nación en maceración y con valores tenues: comunidades, familias, escuelas, universidades, empresas, ministerios… El trabajo, la producción, la creación se hacen pájaros raros. No hay tiempo para ello.

Uno, más que saber, huele que se cocinan negociaciones. Que los gobernantes, jueces y magistrados además de practicar ese equilibrio seductor, temen que se les juzgue y sancione y, tal vez, estén pidiendo una “justicia transaccional”. Una memoria frágil y generosa. Tal vez un personaje, con agenda propia, que la garantice y recoja el desperdicio.

Si tal cosa estuviese ocurriendo, yo sería partidario de ella, porque mucho más caro que mis valores éticos es, indudablemente, este pantano bituminoso en el que nos hundimos.