Uno conversa con una chofer y el lamento aflora. Repuestos, cauchos, baterías, carreteras con huecos, alcabalas y dificultades. Hablan de 30% de vehículos parados.
No solo los choferes. Las denuncias y reclamos de la gente menudean.
En general, un servicio público es eso, un servicio. No es un fin sino un medio, una manera de llegar a un propósito. El transporte, las escuelas, la electricidad, los teléfonos, Internet, el agua, el aseo urbano, las calles y carreteras, los parques y jardines, las instalaciones deportivas y culturales, las comunicaciones, el comercio son cosas o funciones que nos permiten llegar al trabajo o a la escuela, funcionar los artefactos, transportar los alimentos, divertirnos, en general, vivir.
La vida contemporánea se manifiesta en una gran complejidad de servicios y su funcionamiento está relacionado directamente con eso, con la calidad de la vida.
Eso es lo que se nos viene encima: una disfunción progresiva y generalizada. A esa disfunción concurren muchos componentes pero se me antojan dos conjuntos: la escases creciente de recursos financieros por su dilapidación y empleo populista en compra de conciencia, que el gobierno llama gasto social y la ineptitud de los funcionarios. El verticalismo mandón no ha propiciado la formación de cuadros y la rotación de improvisados da nervios.
El gobierno nunca comprendió esto de los servicios públicos y priorizó el reparto de los ingresos petroleros: un socialismo limosnero.
Se puede medir el progreso de esa disfunción. Se pueden contar los huecos que hay en la propia calle, los faroles quemados, los semáforos confusos, el agua turbia o ausente, los parpadeos o apagones de la luz, cosas acuciantes para hacer más vigentes nuestras angustias y neurosis.
Por allí va la cosa que no ha hecho sino comenzar: el País se va apagando, y los servicios, a diferencia de los alimentos que se pueden suministrar a corto plazo con trueques o negociaciones internacionales. Lo construcción y organización de los servicios es a corto y mediano plazo. Carreteras, tendidos eléctricos, acueductos… requieren además de recursos y decisión política, tiempo, así que escapan de la posibilidad de acciones dramáticas y efectistas, dakasos o misiones.
La vecindad de las elecciones y la conciencia de la derrota asustan y agrava todo esto. El panorama, el ambiente se hará más tétrico. No solo porque la inseguridad y la violencia, que también se sirven, obliga a reclusiones tempranas, sino también porque puertas cerradas, calles tenebrosas y huecos previsibles nos obligaran a pasos cada vez más cautelosos.
Evidencias, manifestaciones de esta crisis general que expresarán, cada vez más, la descohesión, la caída ética.