Los valores son instancias de fe.
valores, a sabiendas que los valores no se ejecutan en sus enunciados, que siempre resultan escasos para describirlos, ya que su propia condición que es además de fideica sistémica, imposibilita su continentación como definición o categoría.
A diferencia de Raymond Boudon, no son los valores de carácter racional ni originados en operaciones de la razón aun cuando esta los modera, los inscribe en los discursos verbales. Los valores anteceden a la racionalidad, la circunscriben y le dan el orden de su posibilidad. Pero la misma racionalidad forma parte, se integra al juego social en el que se maceran los valores, la misma religiosidad. Nadie puede explicar como es que opera un santo ni, exactamente, para que es bueno, pero lo cierto es que opera.
La pregunta sobre su origen es tramposa, como puede ser la pregunta sobre el origen de Dios. Los dioses, como otras instancias de fe, los valores entre ellas, se van macerando en procesos de construcción social que son pasados, heredados, migrados, mestizados y sincretizados en cursos divagantes – como las migraciones – dejando y adquiriendo cosas en esos cursos. Por ello, hacer una genealogía de los valores al igual que hacer una teodicea, difícilmente resulta no reductora.
A esos cursos divagantes se agrega, para mayor complejidad, eso ya mencionado de la razón y la circunstancia.
Me explico: una simple expresión de gusto como ¡Que sabroso es este pescado! Dicha en una mesa de amigos podrá conducir a preguntas que expliquen el porque de esa sabrosura, es decir argumentar, racionalizar el gusto, hacer del valor una práctica exclamativa. Esa racionalización ocurre en una circunstancia, en una mesa con amigos en un restaurante, cosa que inevitablemente se incorpora tanto al significado de los argumentos como a la presión que sobre ellos se exige.
Podríamos capturar, grabar una situación como ella y analizarla para encontrar rápidamente un discurso comprometido tal vez insincero o artificial, expresión de una persona corriente, no degustador especializado y, por lo tanto sin términos técnicos establecidos para ciertos sabores, que estarían muy probablemente vinculados con una cierta academia o algún colegio de degustadores vinculados a una cierta cocina o mercado. Es decir, es cuando el gusto, el valor, toma, como para el caso de cualquier virtud o pecado eclesiastizado, catequizado, un estándar lingüístico, una denominación obligante, “oficial” que podrá aparecer como el propio valor. No es de extrañar –y en realidad ocurre con frecuencia– que ese estándar de gusto expresado en ciertos términos termine por influir sino el valor, la adecuación social del hablante que tratará de aproximar lo que el dice que le gusta con ese estándar probablemente bien publicitado. Es decir, se genera un curso de interacciones que no sólo moderan el valor sino que podrían incorporarse al valor mismo.
Lo anterior no quiere decir que la racionalización de la exclamación sea el origen del valor sino que la razón, como muchas otras cosas interviene también – sin que ello implique fuerza determinativa– en la construcción del valor.
Poner en lenguaje un valor o un estado interior es una operación comunicativa extraordinaria. Es propiamente el papel de los artistas, de los poetas: el tratar de alcanzar con metáforas los estados que por su complejidad se resisten a ser metidos en expresiones convencionales. Son operaciones creativas de nuevas realidades. Para nuestro ejemplo se crea una realidad racional a caballo de un valor.
Este podría ser ejemplo de los procesos en los que se verifica –uno de muchos– la religiosidad.
Digo, uno de los muchos, porque para este caso he mencionado un juego de interacciones, de idas y venidas comunicativas en las que interviene un gusto originario con razones y circunstancias que termine por modificar el sentido primario del valor. Otro, que también implica idas y venidas comunicativas, es el mestizaje. Los valores de un grupo son perturbados por la incursión o presencia de integrantes de otro grupo con otros valores. Se desatan contrastes, luchas, discriminaciones, resistencias… pero a la postre los valores de ambos, sometidos a esa vorágine de contrastes o negociaciones, termina por sufrir una mutua modificación. A veces la cultura, lo valores invadidos parecen ser extinguidos, exterminados. Pero con frecuencia vemos que sólo se han sumergido, se han tornado resistentes o adquirido disfraces o mimetismos para esconderse en espera de vientos propicios para emerger, y a veces con una fuerza y radicalismo superior al que tuvieron para el momento de la invasión o proscripción.
Maceración
Conjugación