Tal vez, a muchas culturas antiguas y grandiosas como la maya o la del khmer en la actual Cambodia, les llegaron señales precoces de su decadencia, de sequias o manejos errados de las aguas. Tal vez perdieron comunicación con sus dioses.
Hoy señales similares se hacen cada vez más frecuentes que llevan a las Naciones Unidas (Resolución 63/278 de la Asamblea General) a darle entrada a la Pachamama, a la Madre Tierra, a su simbología. Y como esta hay decenas de acuerdos, entre los que sobresale el Protocolo de Kioto. Son avances.
Los movimientos ecologistas y conservacionistas aumentan en número y fuerza.
Arne Naess (1973), Fritjov Capra (1975) y muchos otros hablan de Ecología Profunda, tratando de ir más allá del conservacionismo. Y por ellos ahora sabemos, que la Naturaleza nos transita en energías, ondas y partículas que están en todas partes, que han estado siempre pero que aun no sabemos bien lo que va quedando de ese tránsito. Y lo ponemos en palabras conocidas, en símbolos, oraciones y cantos. En veneraciones y devociones.
Son avances en una necesaria discusión. Y muchas cosas van quedando claras.
Porque no es sólo cosa de contaminación, basura, gases, tóxicos que es ya grave y urgente.
No sólo es cosa del reciclaje.
Es mucho más que especies que se extinguen. Es mucho más que cuido, como el que se le presta a una planta, que es amor y necesidad. Mucho más que un comprensivo “desarrollo sustentable” o el confuso cambio climático. Más que aquellas actitudes de arrepentimiento y vergüenza con las que se inventaron los parques. Islas de reconciliación. Pagos de purgatorio.
Llamamos continuidad con la naturaleza a un valor que ahora debe emerger, que supera el antropocentrismo sin desmejorar la calidad humana. Es saber: todo lo que a ella perturba nos perturba a todos. Es identificarnos con la Naturaleza, no sólo porque con ello nos va la propia vida sino porque vivir así, en el Valor de esa continuidad, es mucho más vida.
No es la simpleza del bien y el mal. Es el actuar y pensar la Naturaleza como un tránsito permanente e indetenible por nosotros mismos y que como todo tránsito también deja huellas.
Cuando La poesía, las artes, sueltas a su propia honestidad, tratan de aflorar en metáforas ese tránsito.
Mucho más que los lenguajes regimentados, apresados en formas y ortodoxias. En las maneras correctas del decir.
Baila como el viento, canta como la lluvia, mira como el sol iluminando con tu mirada las cosas. Abre tu piel a las muchas texturas, descúbrela como el mejor recurso de pertenencia a Ella, no el que te separa de Ella. Hacer de nosotros un maravilloso diapasón que sabe vibrar con todo: colores, sonidos, vientos, y aquellos tránsitos, que llamamos misteriosos porque aun no tenemos las maneras de decirlos.
Separamos esa Naturaleza en cosas que nombramos: humedad, luz y color, calor, frio, y en afanes de apresarlos los separamos y clasificamos: grados, niveles, y ya no es entonces esa naturaleza sino sus reducciones en grados y niveles. La ciencia es necesaria para explicar un tanto sus dominios. Pero hay mucho más en la vida.
Otra es la apertura no discriminadora a su tránsito. En búsqueda no evasiva ni egoísta de apagar la propia incertidumbre, como si pudiera existir su pérdida. Sin saber que la incertidumbre es la mejor manera de comprender ese tránsito. Esto angustia mucho, es verdad, pero es cosa de costumbre, de hacerse al permanente navegar en ella.
Hacer de todo esto un Valor es cosa educativa que ahora no se hace.
Concebir ser humano-naturaleza no como una relación entre dos sustancias sino como una misma sustancia en diferentes manifestaciones.
Entender el extrañamiento e invento de la Naturaleza como algo “más allá” de nosotros con la metáfora del extrañamiento de Adán y Eva del Paraíso, porque habían dejado de comprenderlo.
En diversas culturas la concepción de la Naturaleza ha variado. Desde la madre generadora hasta el objeto de dominio del iluminismo europeo, verificado en extremo en el industrialismo.
Pero en todo caso sobrevive una percepción de la Naturaleza allí, más allá o frente al ser humano. Y en la actitud menguada de la caridad, se toleran sus modales.
El ser humano tiene su espacio en la Naturaleza, pero con unos linderos, con una piel que lejos de limitarlo, garantiza su integración, su permanente tránsito y permeación.