Somos gregarios, nos realizamos en grupos y morimos en la soledad.
De manera que ahora resulta difícil comprender la percepción de grupos y conchabes en los salones de clase como competidores del maestro, cuando él debería tenerlos como aliados.
Pero al ver el contexto y los valores dominantes se aclara el panorama.
A la prédica y a la palabra y sobre todo a la palabra escrita, aun vigente en la falsa oralidad de los docentes, se le atribuye la capacidad suficiente para generar aprendizajes. Este valor, esta fe ha dominado la educación formal desde hace siglos, así que la clase se concibe como recinto de silencio y convergencia y el maestro un neto vigilante informador.
Ese silencio necesario y esa negación de lo gregario ha generado graves tensiones que, con mucha frecuencia, las pierde el estudiante, que permanece negado o que se fuga excluido.
Ahora bien. La solidaridad es la forma genérica del amor. El necesitar al otro para seguir viviendo.
Y si es así y lo aceptamos, ¿por qué no lo cultivamos?
Cultivarlo es una pedagogía de la solidaridad, de la grupalidad, de la cooperación. Del diálogo y la interacción. Es una pedagogía porque no puede ser casualidad o espontaneidad o “de vez en cuando”. Es territorio de los métodos, de las maneras de aprender.
No es fácil. De cierta manera es pedirle al maestro que renuncie al pretendido poder. Y no es para entregarlo al estudiante, es eliminar el poder como manera de relación social a propósito de aprender y comprender. Pero conviene recordar que lo digital eliminó la imagen del docente erudito y, a riesgo de sucumbir, tiene que transformarse en moderador, en facilitador del aprendizaje.
Activar a los estudiantes, centrar en ellos el asunto no es una simple concesión. Es otro comportamiento, otro desempeño, mucho más exigente que la simple verticalidad. La horizontalidad supone reconocer el acervo de cada alumno y aceptar que el aprendizaje es constructivo y compartido, donde el docente aprende con sus “aliados”, sus alumnos. Es reemplazar el Poder por el compartir y la solidaridad.
Lo gregario es una condición innata, pero también lo es la procreación. Pero así como nos procreamos al estilo humano, con cultura, lo gregario debe realizarse con cultura. Es la cultura de trabajar en grupos, donde no se niega al individuo, sino que se cultiva al otro y se le respeta como diverso y necesario. Ese cultivo y respeto supone trabajo en curso: cada grupo debe tener siempre labor importante por hacer.
En la Interacción Constructiva, en el grupo se realiza la participación, la dignidad, el reconocimiento, el respeto. Se desarrollan los lenguajes y se evalúan sus efectos. El grupo exige a cada participante y se exige como grupo, para producir; también, el equipo reclama la investigación, las pruebas y la búsqueda de informaciones que podrán transformarse en verdaderos aprendizajes, pero contextualizadas, vinculadas al tema que el grupo trabaja, al problema en proceso.
Una clase de treinta y cinco personas puede derivar hacia cinco o seis grupos menores, no solo aprendiendo a trabajar en equipos, sino extendiendo los tiempos reales para permitir – y exigir – que cada quien participe, y que lo haga desde su diversidad, vocación, aptitud.
Esto, por supuesto no es una novedad. Se cree hacer desde hace muchos años, pero en una modalidad en la que se repite en el grupo la pedagogía eleccionaria tradicional, la conducta predicativa. El grupo es entonces una pequeña clase, donde se repite el discurso del maestro o simplemente se lee lo que contienen los manuales o libros de texto entregados en el aula.
La situación propuesta en Interacción Constructiva es diferente. El grupo solidario constituido no parte de la información proporcionada, sino que continúa la discusión del Problema Pertinente, mediante aportes escritos, leídos, presentados por cada uno de sus integrantes. Esa discusión descubre los alcances y limitaciones de los aportes de cada integrante del grupo, y procede a completar lo faltante, mediante presión, exigencia, lo que justifica la búsqueda de mayor información.
Un detalle más aclara el concepto de “grupo solidario”. En esta acción compartida emergen los acentos de la colaboración, del remar todos los integrantes del grupo en una misma dirección. Supone discusión, pero también exige negociación para llegar a acuerdos. Ninguno tiene la última palabra. Cada miembro del equipo tiene las mismas obligaciones, deberes y derechos. Se aprende a conllevar, distribuir, corresponder, coincidir y a pensar con el otro. Además, de aquí surgen los compañeros, compinches y lealtades, donde se produce la solidaridad del conjunto.
Ese es el cultivo de la necesaria solidaridad para que un pueblo, una nación se cohesione y se realice en su proyecto común, en su producción compartida, en sus creaciones solidarias.