PONENCIA MONTESORI (notas)

VALORES

Arnaldo Esté

9-7-04

1.DIVERSIDAD

2.FORMALIDAD, OTRA FORMALIDAD

3.NEGOCIACION - ÁREAS DE NEGOCIACIÓN

4.EL CARÁCTER FIDEICO DE LOS REFERENTES MAYORES O MANDAMIENTOS

5.UNA CULTURA ES COMO UNA NEBULOSA.CORRESPONDE A UNA

CONCENTRACIÓN Y SISTEMICIDAD DE UN CONJUNTO DE REFERENTES MAYORES.

6.EL CHOQUE CULTURAL, LA EXCLUSIÓN,

7.LA PERTINENCIA

8.LA COHESIÓN SOCIAL

9.LA DIGNIDAD


LA DIGNIDAD

Es la calidad primera de la gente, de la persona, es el efecto de la concitación del cuerpo, de su ejercicio pleno y cohesionado. Lograr dignidad es la primera tarea en la vida.

De las cosas sabemos con nuestro cuerpo. Las cosas están allí y nosotros tenemos la realidad (o realidades) que nuestro cuerpo construye. El cuerpo es histórico y memorioso, además de social. El cuerpo como realidad se repite de uno a otro. Los seres humanos son similares por lo que pueden comunicarse y establecer consensos, convenios. Desde ese juego intercorpóreo, intersubjetivo surgen las pautas de las construcciones, los valores y referentes, las verdades socialmente construidas. Hasta que punto hay coincidencias entre esas verdades y realidades y las cosas?. No lo podemos saber. Los científicos hablan de aproximaciones a la realidad, de búsquedas de coincidencias. ¿Qué ocurre cuando se pronostica matemáticamente un acontecimiento, como el cruce de dos objetos de acuerdo a una trayectoria establecida?. Podemos decir que lo que se cruza es la imagen construida de esa trayectoria, que se cumple la deducción matemática que hemos elaborado a partir de la observación del comportamiento repetido de los objetos. Comportamiento que se describe en la manera y recursos que el cuerpo tiene para hacerlo.

(Un criterio de verdad sería el del empirismo humiano (creo) como la probabilidad o la frecuencia en la repetición de un fenómeno que sería pauta de su existencia: se cumple el cruce de trayectorias con cierta frecuencia lo que convalida la hipótesis) Pero que es lo que se cumple: la trayectoria objetiva de las cosas o la hipótesis construida? (no trabajamos con hechos, reales, sino con datos, que son construcciones).

Está bien por las determinaciones de Occidente y la sociedad industrial y el uso predominante y dominante de la función racional bajo el rigor de su escrituración. Bien por la insurgencia de las tecnologías cibernéticas que parecieran anunciar la preponderancia de las relaciones y comunicaciones no presenciales, la discusión sobre el cuerpo, su integralidad, su necesaria concitación se vuelve doblemente importante: en cuanto a emanciparse de la subordinación y fraccionamiento que le impuso esa escrituración y la ulterior racionalidad industrial y en cuanto a impedir su postergación en una sociedad de disposición anímica y no presencial como la que anuncia alguna prédica globalizante y la difusión de la comunicación cibernética.

La reflexión sobre el cuerpo y su plenitud, sobre la dignidad, tiene que ver con el juego entre la preservación y el cambio y entre la dependencia y la emancipación-flexión sobre el cuerpo, sobre el hombre, sobre la calidad humana no se puede hacer con las limitaciones que el lenguaje impone. No se trata de establecer relaciones o linderos entre lo material y lo espiritual. Al mantenernos en esos términos nos mantenemos en un falso problema.

Lo humano es una condición de la cosa (del ¿ser?) donde ella piensa y se piensa, donde ella se constituye y construye como cuerpo, como persona. No es que el cuerpo secrete o genere espiritualidad, idea o pensamiento sino que ella se torna pensante, idealizante, espiritualizante que es ya otra cosa que lo que tradicionalmente se le atribuye a la materia o sus instancias energéticas. Donde necesaria e indeteniblemente se comunica y relaciona consigo y con otros en un curso de mutua y variable constitución, en el que las pautas y criterios de esas relaciones y comunicaciones resultan ser valores y referentes que permiten la existencia de una suerte de plataforma de convenciones y memorias donde se monta lo social y cultural, el mundo, el grupo y la eticidad que, a su vez, lo va a preservar.

Así visto el cuerpo fluye en sí y en el mundo tratando a la vez de preservarse, de establecer un “self” de tal condición que su naturaleza es la de dejar de serlo. Una dialéctica de sujeto y cambio, de preservación y cambio exclusiva de esa calidad humana. La necesidad del cambio


LA PRESERVACION Y EL CAMBIO

El discurso sobre la preservación y el cambio, cosa exclusiva de los seres humanos, es el discurso sobre el self, sobre la inmunología, en su sentido más amplio. En el sentido inmunológico convencional, todo aquello que es ajeno a lo constitutivo originario es percibido como amenaza a la preservación, a la continuidad de lo que se es, a la homeostasis y, por lo tanto, rechazado. El destino de todo ser vivo es continuar siéndolo y reproducirse de igual manera (*), preservar su especie. Los cambios que puedan ocurrir están gobernados por la necesidad de preservar la misma especie adaptándola a los cambios o exigencias del entorno, del sistema ecológico donde se integran.

Lo humano, que implica otra calidad, además de ese imperativo de la preservación, tiene –y como cosa inherente a su propia constitución– la necesidad de cambiar. Y cambiar en aquello que también le es constitutivo aun cuando menos “aparente” ante el abordaje más convencional de su propio ser: lo que se tiene como su cuerpo físico o, simplemente, como su cuerpo.

La necesidad de preservarse es una con la necesidad de cambiar ya que lo segundo no se concibe sin lo primero. La salud es ese juego de equilibrios precarios. ( la medicina tradicional, por ejemplo, aborda al cuerpo como recipiente físico donde, entre otras cosas, se pueden alojar enfermedades. Por lo que trata, como hacen los sacerdotes con los pecados o diablos, de desalojarlos.


DIVERSIDAD

Avanzar en la comprensión de la diversidad, de la inevitable y formidable diversidad humana, condición principal de la riqueza, se logra al cultivar su insurgencia, su presencia, no antes. Los ambientes donde la diversidad fluye presentan cosas difícilmente comprensibles desde una de las diversidades y, mucho menos, cuando una de ellas se ha tornado dominante. Desde una parcialidad se resulta construyendo – o reduciendo – lo percibido a una proposición sesgada que, en el mejor de los casos, resulta caritativa, tolerante. Y no se trata de tolerar al diverso, se trata de comprender que es fuente de riqueza para la propia condición y que su existencia es de por sí legítima sin necesidad de esperar ser tolerada.


CULTIVAR LA DIVERSIDAD

La diversidad constituye el acervo desde el cual se construye cada mundo. Cultivar la diversidad, en una suerte de ecología humana, supone, entonces, la generación de ambientes donde ella fluye y debería conocerse como participación. Ambientes donde se negocian las diversidades en sus manifestaciones susceptibles de ser negociadas. Donde se solapan lo que es común o próximo a las diversidades concurrentes. Nos gusta llamarlas “áreas de negociación” tomando el término prestado de los sociolingüístas. Áreas donde se generan “significados” por la voluntad o necesidad de los participantes de comunicarse.

Un ambiente de aprendizaje, así concebido, supone varias cosas:

a. Reforzamiento de las subjetividades individuales, en cuanto que reflexión para sí de lo que se es y de lo que se tiene. Asunción de posiciones desde la propia calidad.

b. Aceptación por parte del maestro o mediador de las diversas maneras en que puede comprenderse o decirse la misma cosa.

c. Generar las instancias grupales que permitan que todos puedan/tengan que exponer o participar y en la posibilidad de que cada quien lo haga desde su diversidad y recursos: oralmente, por escrito, con señas, gestos, actos, productos, etc.

Esto lo hemos llamado interacción constructiva, queriendo subrayar que lo aprendido resultante es una construcción que puede ser diferente del propósito proyectado inicialmente pero que, en todo caso, parte de los saberes previos, del acervo de los participantes.


FORMALIDAD OTRA FORMALIDAD. LA PERTINENCIA DE LOS APRENDIZAJES

Todo educador, toda propuesta educativa debe interrogarse sobre el para que de lo que se propone. Hay una basta referencia en la literatura educativa acerca de la ritualidad de los aprendizajes propuestos y las prácticas pedagógicas que en su gran parte sólo persiguen mantener el sistema y la permanencia de los estudiantes y maestros dentro de este, a condición de que cumpla con sus exigencias y disciplinas.

Para nosotros esa pregunta es muy relevante ya que gastamos una gran cantidad de dinero y recursos en la educación sin que ello se traduzca en calidad humana y producción económica y cultural.

Buena parte de esa ineficacia se debe a la poca pertinencia de lo que se propone y se hace.

Por ejemplo, los indicadores socioeconómicos nos dicen que mas de la mitad –y tal vez mucho más– de la actividad y producción económica del País pertenece al campo de la llamada economía informal. Artesanos, albañiles, plomeros, choferes, carpinteros, buhoneros, campesinos, es decir, casi toda la gente que vemos a diario se mueve en ese campo. Además, no es cosa del pasado o en proceso de extinción. Por lo contrario es la parte más dinámica de la sociedad. No obstante ¿que contenidos, objetivos o programas de la educación formal esta orientada a satisfacer los requerimientos y aprendizajes de ese sector mayoritario de la sociedad?

La respuesta obvia, pero además se agrega a otra anterior: ¿Qué utilidad concreta, para la vida cotidiana tiene la mayor parte de los aprendizajes propuestos –y también poca veces logrados–?

Ahora estudiamos las manifestaciones culturales que deben acompañar a esa actividad económica y si ello significa un curso diferente a la propia occidentalización. Nos intriga saber hasta que punto lo que esta ocurriendo no es sólo actividad económica incidental o marginal, o refugio del desempleo sino que es otro curso de actividad, otro sistema de referentes que insurge y que podría ser mas adecuado a nuestras características históricas, ecológicas y sociales. Y,. si es así, de que manera la propuesta educativa debe adecuarse a esas exigencias, a esas características.

Es evidente que las preguntas y problemas que se derivan de esto son de la mayor importancia y se agregan a las ya existentes en cuanto a la necesidad de hacer cambios fundamentales en un sistema educativo reconocido en su ineficiencia y pobre producto.

No compartimos los criterios civilizatorios y evolucionistas de Fernando de Soto, calificado estudioso de la economía informal. - De soto concibe el problema desde una clásica perspectiva evolucionista, ubicando la economía informal como un precapitalismo. No percibe que pudiera ser otra cultura, el nicho de una diversidad. Hacer activos económicamente a los informales no tiene que ser necesariamente siguiendo el curso de Occidente. Puede ser otra formalidad.

El papel de la telefonía móvil, para citar algo relevante, en estas actividades informales es cosa muy interesante. Su uso cada vez más general e intenso parece indicar el surgimiento de un nuevo tejido social, nuevas modalidades comunicativas, una gran autonimia de trabajo, etc (desarrollar)


LA INSURGENCIA DE LA DIVERSIDAD Y LA GLOBALIZACION: UNA PARADOJA

García Canclini, en una entrevista personal (Portal de la Comunicación) cita a Ulrich Beck (1998) para aclarar la distinción entre “la globalización como convergencia de todas las sociedades, y el globalismo como el proceso de uniformización de las lógicas con fines de reducir los procesos políticos, culturales y económicos a procesos financieros, en que los inversores serían los actores principales”.

Esta distinción es fundamental. Lo digital es, en buena medida el resultado de las exigencias de la racionalidad escriturada para hacerse cada vez más abarcante y fluida. Con esos recursos impulsa la información y la comunicación llevando sus mensajes y mercancías a instancias cada vez más mínimas y recónditas, pero, por otra parte, donde pone sus escaleras para descender crea opciones para que los otros suban y es muy posiblemente esa condición, antes inexistente, la que permita tanto la insurgencia de diversidades como la generación de áreas de negociación entre ellas. Esto suena ingenuo y benevolente a la sombra de las guerras y agresiones actuales, pero los mismos medios de comunicación al banalizar la muerte subrayan la estupidez de sus promotores horizontalizando las jerarquías.


NEGOCIACIÓN – AREAS DE NEGOCIACIÓN

La negociación se puede proponer como el principal recurso de lo humano. Es la manera de darse lo social sin perder la diversidad. De uno a otro, de un grupo a otro, de una cultura a otra hay diversidades y solapamientos de esas diversidades. Áreas donde se comparten referentes y saberes y que posibilitan la comunicación.

Hacer conciencia de esas áreas y usarlas intensamente como recurso para evitar conflictos y al mismo tiempo disfrutar y enriquecerse del otro, de la otra cultura resulta ahora ser la mayor muestra de sabiduría y condición humana.

La tradición que ha dominado y que está en el centro de las artes de la política es la búsqueda del poder, del dominio y reducción de los otros a la propia voluntad o proyecto. En ese ejercicio y en el nombre de dios o de la libertad la muerte ha sido logro generoso.

Ahora la política debemos concebirla como el arte de negociar, el arte de buscar y enfatizar las áreas de negociación, y eso es particularmente importante para un país en crisis como el nuestro.


EL CARÁCTER FIDEICO DE LOS REFERENTES MAYORES O MANDAMIENTOS

LA RELIGIOSIDAD


Poems are made by fools like me,

But only God can make a tree,

And only God who makes the tree

Also makes the fools like me.

But only fools like me, you see,

Can make a god, who makes a tree

Who's in Charge?

Rev. Oren A. Peterson

The Unitarian Church in Summit

April 1, 2001

Los referentes o valores de orden más general son productos de la necesaria religiosidad humana, que es una facultad constitutiva del cuerpo en cuanto que capacidad y disposición para animar y dotar de fuerza generatriz las propias construcciones (percepciones, saberes, formulaciones, símbolos) y que se manifiestan como principios, axiomas, paradigmas, historia, evolución, desarrollo, mandamientos, divinidades, sacralidades, lógicas, leyes, teorías, doctrinas, y que propenden a organizarse y se organizan como sistemas (en el sentido que Von Foester [1992] y Maturana [1980] dan al término) indispensables para la generación de significados y sentidos en inteligencia o articulación para la comunicación y la vida social.

La religiosidad conduce a unificadores –deidades, sacralidades, santidades- a la generación de sistemas de referentes, valores, paradigmas que le dan continuidad, sentido y significado a señales o actos que de otra manera resultarían sin inteligencia o articulación.

La religiosidad no se verifica solamente en las obras de naturaleza religiosa. La podemos encontrar en el arte y en la ciencia en sus umbrales de adoración o dogmatización. Eso no es en forma alguna perverso. La asunción de referentes de validez general (valores, referentes, paradigmas) son necesarios para poder constituir significados y signos, es decir para poder comunicarse. Convenios sociales que se generan a partir de principios aceptados por una comunidad que posibilitan la negociación comunicativa.

Por molestos, “irracionales”, infieles o blasfemos que puedan parecer los sistemas de referentes, o algunos de ellos, al ser vistos desde perspectivas correspondientes a otros sistemas, ellos son indispensables para la cohesión y la comunicación social, de manera que su debilitamiento o decadencia no es difícil asociarla a la decadencia y descomposición de la cultura que ellos sustentan. Condición en la que sus integrantes pueden moverse desde la inercia o expectancia (espera de mesías, salvadores o ángeles populistas) hasta la agresión desmedida, propia del acorralado.


UNA CULTURA ES COMO UNA NEBULOSA CORRESPONDE A UNA CONCENTRACIÓN Y SISTEMICIDAD DE UN CONJUNTO DE REFERENTES MAYORES

Los referentes aislados y de por sí, al no armarse como sistema, no permitirían una condensación lo suficientemente densa como para completar – y permitir- lo que proponemos como concepto de cultura, con el alcance que aquí lo usamos. No obstante la fuerza religiosa de un referente puede soportar comportamientos que lleguen incluso a aparecer como “contra culturales” al soportar cursos contrarios o diferentes al sistema establecido o dominante.


CULTURA Y SISTEMAS DE REFERENTES

Más allá de las proposiciones dualistas u objetivistas, de las discusiones históricas entre materialismo e idealismo, entre positivismo y marxismo, ciencia y religión, entre los diversos determinismos y la fenomenología, al colocar todo ello en distancia, se aprecia esta necesidad humana de generar referentes y sistematizarlos, en torno a los cuales se construye, en mayor o menor medida, lo que se puede aceptar como Cultura, y desde el cual derivar y convenir sus discursos, sus argumentaciones, sus signos y significados, sus símbolos y respuestas, sus problematizaciones y proyectos, es decir, repetimos, su comunicación y su vida social.

El concepto que proponemos para estos sistemas de referentes, de alguna manera se corresponde con lo que preocupó a Vygotski (1982) y a los constructivistas desde Gianbatista Vico (1985), como el saber que posibilita las áreas de desarrollo próximo y en Piaget (1981) como estructuras o esquemas previos y que preferimos llamar “acervo”, con la intención de que abarque lo físico corpóreo, lo espiritual corpóreo, los referentes y sus verificaciones integrales en actos. Así, una cultura se puede proponer como el conjunto de sus referentes, lo resultante y el producto de sus derivaciones en un cierto ámbito ecológico (Incorporamos, con ciertas reservas, las concepciones de Huntington [1924] que relacionan clima con cultura), suponiendo todo ello un gran campo de matices.


UNA CULTURA ES COMO UNA NEBULOSA

Sin usar la metáfora esclavizadamente, como es frecuente que haya ocurrido con el evolucionismo, el historicismo o el funcionalismo, podemos comunicar el concepto de cultura, más allá de las formalizaciones argumentales, como una instancia de mayor o menor concentración de referentes, que al presentarse próximos y densos adquieren otro valor, un valor sistémico. Como una nebulosa con lugares de mayor o menor concentración de referentes y sus ejecutorias que desagrega, comprime o varía su oferta con la calidad y distancia del observador. Nunca como una forma geométrica de linderos definidos, ni como cosa sujeta a un proceso genético pautado y necesario. Por razones muy variables, referentes, trazos o ejecutorias de muy diversa procedencia se van condensando sin que su destino sea trazable. Referentes o ejecutorias ubicadas en nuevos contextos y vecindades cambian su sentido o papel original pudiendo pasar de simples instrumentos a referentes generatrices o adminículos que se vienen pegados a otros conjuntos.

A un momento de su concentración –densidad que tiene que ver mucho más con calidad y oportunidad que con fuerza o cantidad– una cultura tiende a propagarse, a difundirse, a expandirse y a ocupar otras áreas recurriendo a diferentes medios. Bien sean los efectos de su sola proximidad y los contrastes que ello provoca, bien porque sus integrantes o partes de ellos asumen como referente una vocación imperial que naturaliza el dominio de otros, bien porque sus vecinos han extraviados sus referentes éticos o no han llegado a conformarlos y deambulan descohesionados y sin proyecto, bien porque las bondades de sus propios referentes les resultan a los miembros de tal manera buenos o “avanzados” que consideran una maldad o un delito dejar que las diversidades se pierdan de lo que ellos disfrutan o, simplemente, una mezcla de estas condiciones que se podrán utilizar indistintamente en el proceso de propagación de esa cultura.

Lo cierto es que la propagación de una cultura aparece, en cuanto que afirmación, como inseparable de la negación total o parcial de los referentes de otra diversidad, pudiendo descoyuntar su sistemicidad. Ese descoyuntamiento o ruptura lo pensamos como una situación ética, en cuanto que concebimos lo ético –o la eticidad– como lo que amalgama y cohesiona. Un conjunto social así descohesionado, merma la calidad subjetiva, la posibilidad de emprender o iniciar cursos, con el consiguiente empobrecimiento que para ese conjunto, y para toda la humanidad, ello significa.


EL CHOQUE CULTURAL, LA EXCLUSION LA EXCLUSIÓN ESCOLAR.

Hemos estudiado en campo la exclusión escolar, y las reflexiones que aquí presentamos, en buena medida, vienen de allí. En el sistema educativo la exclusión se mueve simultáneamente entre lo explícito y lo sutil. Las maneras explícitas aparecen generalmente como normas y leyes: admisión, exámenes, promociones, credenciales, sanciones: requisitos de ingreso y permanencia que, de no ser cumplidos, excluyen. Ellas se argumentan como cosas inherentes a la institución y necesarias para que se realice la acción educativa, que es concebida así, como acción. Un proceso transmisivo unidireccional que requiere atención, convergencia y acatamiento de una disciplina obediente.

Hemos tratado de profundizar el estudio de las formas sutiles de ese proceso para abrir los detalles de su verificación: como es que ellas se realizan en lo cotidiano. En el lenguaje y modales, en los saberes estimados, en los diseños y mobiliarios, en los contenidos descontextualizados y universalistas, en la poca pertinencia y mucha ritualidad de los aprendizajes propuestos, en la poca opción a participar desde la propia diversidad.

Seguimos estudiando eso y, además, los efectos psicosociales de la exclusión escolar: de que manera resulta aporreado para toda su vida el niño excluido.

A contraparte, hemos avanzado también en los procesos inversos: disminuir la exclusión –lo cual implica, necesariamente abrir, incluir–l. (Ver proyectos y publicaciones del TEBAS de la UCV: www. tebas.cantv.net).

Vistos en el orden social general, lo que ocurre en la Escuela, en el Sistema Educativo, no es diferente, en lo fundamental, de lo que ocurre en la sociedad. Su diferencia tal vez se muestre en lo normado del sistema educativo donde la exclusión aparece como un acto de la justicia educativa que vacía las culpas en el estudiante incompetente.

Tal es el caso de la escritura que es un factor mayor de exclusión escolar. Cuando hablamos, más adelante, de Occidente como cultura escriturada implicamos que la escritura y la lectura son referentes mayores de su condensación, de sus sistemas de verdad y conformación de realidades. No pueden menos que resultar alcabalas que incluyen o excluyen al aparecer, además, como prerrequisitos para el acceso a la información autorizada, académicamente consagrada y eventual fuente de acreditaciones.

Esta condición de la lectura y la escritura confronta, por cierto ahora, el reto de lo digital con la consiguiente ruptura de su sintaxis y linealidad al posibilitar una sintaxis hipertextual y recursos multimediáticos que aproximan más la comunicación a la calidad corpórea del pensamiento.

Una facilidad que bien podría significar para el estudiante una mayor facilidad de convalidar sus saberes familiares o grupales en los ambientes de aprendizaje, cosa que ahora sólo logra hacer con gran dificultad en la medida en que los va traduciendo al lenguaje escriturado de los salones de clase.

La inclusión o mejor, la no exclusión es concepto asociado a la diversidad. Sobre todo en la medida que a la exclusión se la comprende como proceso más complejo y amplio que lo propiamente socioeconómico. Es un juego humano de orden cultural donde lo socioeconómico queda incorporado y entretejido de tal manera que resulta a veces difícil disecarlo del conjunto. (Ver estudios sobre los procesos sociales y sociolingüísticos de exclusión en autores como Labov, Bordieu, Michael Young).

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Hemos abordado estos temas refiriéndolos a exigencias pedagógicas, educativas. Este ha sido nuestro ambiente profesional habitual, pero además, como cosa muy relevante, porque las escuelas y universidades son sitios de encuentro social en los que se han verificado por muchos años relaciones de dominio o coloniaje cultural. Son ambientes de “culturización”. Tanto los conquistadores como los políticos y revolucionarios han percibido – a veces desmedida y exageradamente – su poder, tratando de “ponerle mano” a las escuelas y aparatos educativos en la esperanza de transformar o sujetar las conciencias.

Hoy tenemos un poco más de conocimiento tanto del poder de las escuelas para transformar o concienciar, como de sus limitaciones. También sabemos de la extraordinaria capacidad que tienen para excluir y dividir a las poblaciones – sobre todo a las poblaciones donde la organización escolar no es “autóctona” u originaria sino que significa una manera cultural de aprender o informar un cierto saber, traído por los portadores de la cultura “mayor” o técnicamente más poderosa, en nuestro caso de Occidente.

Independientemente de las maneras, con frecuencia, muy violentas e imperiales otras veces invasoras, migrantes o por proximidad y contagio de darse los encuentros o choques culturales, siempre van quedando novedades, mestizajes o hibridaciones que después de ciertos momentos resultan irreversibles: son nuevas realidades. Lo que toca, entonces – y es el caso de las escuelas – es buscar las maneras de adecuarlas a la diversidad, modificar algunos de sus nudos relacionales para que permitan los procesos constructivos. No sólo para los aprendizajes, sino para la convergencia de diversidades y la preservación comunicativa de sus patrimonios y acervos que posibilite la dignidad de los niños y jóvenes y la cohesión de sus comunidades de origen. Sí se entiende la construcción de aprendizajes como ejercicio de la participación y la cohesión social en modos y maneras que lleven a la búsqueda, logro y fortalecimiento de referentes que pudiesen armarse – más allá de la hibridación o mestizaje- en sistema con una producción correspondiente.


OCCIDENTE, LA CULTURA ESCRITURADA

En el lenguaje sociopolítico “lo occidental” aparece denominado “lo moderno” y lo moderno se desdibuja y confunde con significados que tratan de ocultar intereses políticos. Moderno, entonces, puede desplazarse para designar lo que viene después de lo medieval, o lo industrial y tecnológico, o lo actual y novedoso, o lo contrario a tradicional o, simplemente, lo contrario de lo estúpido o atrasado, etc. En general, el término confiesa, en sus diferentes usos, un referente evolucionista, de necesidad histórica.

Modernización es un término amarrado al lenguaje de los historiadores académicos que les gusta el “curso de la historia”. Lo moderno se congeló como edad de la historia cuando lo histórico fue asumido como contraposición a lo eterno y de origen divino.

El discurso filosófico ha tratado de agrupar lo moderno como “modernidad” en la medida en la que va siendo posible percibirlo en su perspectiva desde el constructo negativo de “posmodernidad”. Negativo decimos porque ésta se define por la superación o negación de aquella, de manera que no puede establecerse en sus propias y afirmativas piernas, y no lo hará sino en la medida de la condensación alternativa de sus referentes. En esta dirección, nos anticipamos a proponer que no habrá tal cosa como “cultura posmoderna” sino que Occidente (como cultura) en su dispersión y descoyuntamiento, le cederá el paso a la diversidad cultural, (universo de muchas nebulosas) acrecentada por el referente “diversidad” que impulsara al intercambio y negociación de referentes y ejecutorias sin pérdida de sus áreas más densas donde se podrían asentar las identidades, como condiciones éticas de subjetividades colectivas (y en ellas, entonces y con propiedad, las individuales) desde donde se puedan lanzar creaciones, conocimientos sustantivos y aprendizajes. (Una manifestación precoz de la diversidad insurgente tal vez sea el vuelco de las “Naciones Unidas”. Creadas para evitar las guerras intestinas de Occidente y garantizar el cumplimento de su expansión pacífica o por lo menos “normatizada”, al crecer, comienza a “barbarizar” sus linderos donde afloran, cada vez con más frecuencia, suerte de insurgencias o inconsecuencias que llevan a sus inventores a violentar sus propias normas y designios iniciales).

Preferimos movernos en un campo más antropológico y hablar de “lo occidental” y de Occidente. Aun cuando este término también esta muy manoseado: como inherente al hemisferio occidental, o a lo que surge luego del cisma cristiano, o a lo que comienza en Egipto y termina en el Museo Británico, o en Hollywood.

Nos resulta también más difícil, pero mas ajustado y comprometido, hablar de occidentalización que de modernización.

Occidentalización, como ejecutoria expansiva de occidente, se corresponde con un proceso de difusión o imposición – según sean los casos- de un cierto elenco de productos humanos, consecuentes, total o parcialmente con un sistema de referentes que describimos como característicos de una cultura. No exclusivos de ella pero que al converger (condensarse, hacerse sistema) permiten distinguirla teniendo además efectos éticos cohesionadores entre sus miembros, llevándolos, como consecuencias de esos referentes compartidos, a comunicarse y hacer vida humana social. Ello, con una economía mayor de recursos en cuanto más impregnados o poseídos por esos referentes están sus integrantes.


QUIÉNES SON EXCLUÍDOS

La relación inclusión-exclusión, para nuestro caso, la podemos comprender vinculada al manejo –posesión– o no del sistema de esos referentes occidentales.

El no occidental, el no crecido o constituido en su ambiente, se puede aproximar a la posesión de sus derivados, a los diferentes “niveles” de la comprensión derivada de esos referentes, pero sin llegar a su sintonía, a su posesión sustantiva y no puramente instrumental. Es decir, puede occidentalizarse.

Alguien puede estar en el “interior” del ámbito de esos referentes. Física o anímicamente dentro de esa cultura y, por lo tanto, sentirse uno de los unos y, en ese sentido, apresado en la necesidad de preservar, de proteger la cohesión que hace que los unos lo sean y, en consecuencia, con conciencia o no de ello, rechazar a los otros, excluirlos.

Los otros, por su lado, se sentirán – concientemente o no – no incluidos y tratarán por todos los medios de pasar a ser los unos sin notar que al no manejar sus referentes sólo podrán serlo hasta cierto nivel subalterno: instrumentos, trajes, atuendos, gestos, compras. Pero al no poseer y ser poseído por esos referentes, las claves de esa ventura, tendrán un techo, más que epistemológico, ético. La conciencia propia de la pobre dignidad, o, peor aún, tener la dignidad pobre y no saberlo.

La hibridez (García Canclini, 1990) podríamos comprenderla en dos sentidos: como el producto de culturas negociantes o como instancias de una sociedad realmente híbridas en cuanto que en su eunuquez, cuestionadas en su diversidad resultan infecundas, infértiles, atlánticas.

Una cosa es que haya creadores geniales que expresen la complejidad de las mezclas y mestizajes en ámbitos ecológicos e históricos diversos y otra es que el conjunto social de la cultura padeciente haya perdido, como tal, su fertilidad, su dignidad, y se torne migrante o desintegrada. Ensayando, una y otra vez, proyectos trasladados e incomprendidos.

Es importante observar el curso de las actuales invasiones - migraciones sur-norte: de Latinoamérica hacia Estados Unidos y desde África hacia Europa fuertemente incentivadas por la globalización. Ello puede agregarse a lo que muchos anuncian (Desde Nietzsche y Spengler) como la propia dispersión y debilitamiento de los referentes mayores de Occidente, para anunciar la posible conformación de nuevas nebulosas culturales.


EL COSTO DE LOS CHOQUES CULTURALES

Los procesos que corresponden a las mareas culturales parecen ser perpetuos, bien sea que tomen las formas de conquistas, invasiones o flujos migratorios con presencia física o sin ella. Independientemente de los juicios morales o humanitarios, una y otra vez se ha repetido el espectáculo que con frecuencia acompañan esas mareas: genocidios y guerras con un poder destructor que se ha incrementado en la misma medida del ingenio tecnológico de la muerte. Mareas y destrucciones que esgrimen la absolutización de la propia verdad.

Pero más allá de las pérdidas que el humanitarismo registra, está el empobrecimiento que el hombre como especie sufre al ver mermada lo que es su mayor riqueza: su diversidad. Porque, paradójicamente, la pretensión de destruir al otro tiene mucho que ver con su propia ignorancia.

Latinoamérica o lo latinoamericano como cultura condensada está por verse. No podemos predecir lo que será al punto de tener una densidad suficiente para permitir percibir su distinción en ella misma y en sus productos (en realidad de una cultura no se puede saber sino por sus emisiones, sus productos). La pretensión de definirla por la posible sistematización de sus referentes genera graves problemas. Al aproximarnos a esos referentes buscando sus “sustancias” sin tener sus productos, ellos, consiguientemente, se desagregan impidiendo atraparlos porque, no son sino, como hemos ya dicho, construcciones de la religiosidad humana en contextos.

Los conflictos o peleas en las que nos sumergimos los venezolanos tienen que ver con esa pretensión. Nos debatimos entre una forzada occidentalización que perturba el cuajo de referentes diversos y nuestra religiosidad que nos impulsa a crear referentes, terminando por embarcarnos en trajes prestados. Pero eso no basta. Habría que ver si eso pasa de vapores dispersos a densidades luminosas. Así, la voluntariedad, pasión, persistencia y fertilidad serán componentes que permitirían o no a sus productos eventualmente devenir en referentes.